
“To invest successfully does not require a stratospheric IQ, unusual business insights, or inside information. What’s needed is a sound intellectual framework for making decisions and the ability to keep emotions from corroding the framework.” — Warren Buffett
A finales de febrero, la noticia de que el coronavirus continuaba propagándose por el mundo elevó la temperatura en los mercados. Durante la última semana del mes, la bolsa americana cayó aproximadamente un 10%, la mayor caída desde la crisis financiera de 2008.
Para aquellos que tienen una parte importante de su ahorro invertida en acciones, éste fue sin duda un momento difícil de gestionar desde el punto de vista emocional. Ver que el esfuerzo de muchos años puede esfumarse en unos pocos días no es plato de gusto para nadie. Las preguntas que asaltaron la mente de estas personas fueron: ¿debería vender y frenar la hemorragia? ¿debería esperar a ver si el mercado recupera algo de terreno para bajarme de la montaña rusa? ¿debería aprovechar esta corrección para comprar más?
Por el otro lado estaban aquellos que tienen algo de dinero ahorrado y quieren invertirlo. Probablemente algunos de ellos llevaban esperando bastante tiempo—llevamos más de 10 años de mercado alcista—para comprar. En su caso, aunque la ansiedad es seguramente menor, es muy probable que también dedicaran bastantes ciclos de su CPU a pensar si deberían comprar ahora o esperar a ver si el mercado continúa cayendo.
¿Cuál es la respuesta a todas estas preguntas?
La respuesta no es que no haya respuesta, es que no debería siquiera haber pregunta.
Qué es invertir
El cine y los medios han contribuido a extender la creencia de que invertir consiste fundamentalmente en llevar tirantes, mucha gomina en el pelo y adivinar qué van a hacer los mercados para aprovecharnos de ello. Y, si todo sale bien, comprarnos un Lamborghini. Aunque no tengo nada en contra de Gordon Gekko—menos aún de los Lamborghinis—, creo que esa es una visión negativa, miope e incompleta de lo que la inversión puede y debe ser.
Bajo mi punto de vista y desde la perspectiva del inversor particular, invertir no es otra cosa que servirse de los productos que ofrecen los mercados para ayudarnos a financiar una serie objetivos vitales, como:
tener un complemento a mi pensión
pagar la entrada de una casa
pagar la universidad de mis hijos
preservar mi patrimonio para mis descendientes
¿…?
Nunca dejará de sorprenderme la importancia del asunto y el poco interés que suscita.
¿Cómo es posible que salgamos del colegio teniendo un conocimiento decente de los afluentes del Tajo, del ciclo de Krebs y de las rocas metamórficas pero no sepamos apenas lo que es una hipoteca?
Emociones > Inteligencia
Invertir no es sólo estudiar cómo se comportan los mercados financieros, es estudiar cómo se comportan las personas con el dinero.
Por situaciones como la que describíamos al inicio, si no queremos que nuestras emociones nos hagan descarrilar en la consecución de nuestros objetivos financieros, tenemos que tener un plan. Y no cualquier plan, uno personalizado a nuestros objetivos, circunstancias y características.
Porque cuando uno no se sabe a dónde va…

Planificación financiera
Tener claro cuáles son nuestros objetivos y tener un plan sólido para intentar conseguirlos es mucho más importante que saber si la bolsa subirá mañana, si la acción de Telefónica está infravalorada, o si la Reserva Federal subirá los tipos de interés el trimestre que viene.
El plan describe el algoritmo que debemos ejecutar, aislándonos de todo el ruido de las noticias y el corto plazo.
Funciona así 👇🏻
Entradas:
Los objetivos financieros del inversor
Su tolerancia al riesgo
Expectativas sobre el comportamiento a largo plazo de los mercados
Salidas:
Un cartera, compuesta por diferentes tipos de activos—renta variable, renta fija, inmobiliario, venture capital, etc.—que, para el nivel máximo de riesgo que el inversor es capaz de tolerar y considerando sus necesidades de liquidez, maximiza la rentabilidad esperada
Un calendario de aportaciones y reembolsos de capital
En términos generales, cuanto mayor sea nuestro horizonte temporal y menor dependencia económica tengamos de nuestra cartera de inversión—bien porque tengamos más patrimonio u otras fuentes de ingreso adicionales—más capacidad objetiva de asumir riesgo tendremos. Y como la rentabilidad es la otra cara del riesgo, podremos llegar a acumular más capital o necesitaremos hacer menos aportaciones para llegar a un determinado objetivo.
Eso no quita que algunas personas, por su personalidad, a pesar de que objetivamente podrían asumir más riesgo, no están emocionalmente preparadas para ello, lo que les llevaría a no ser capaces de cumplir con el plan. Por ello, a la hora de determinar la tolerancia al riesgo de un inversor, el mínimo de los dos aspectos predomina.
“¿Lo hago una vez y me olvido?”
Hacer un plan no es un ejercicio puntual. El propio paso del tiempo provocará que el plan requiera periódicamente de revisión y ajustes. No sólo los mercados se comportarán con toda seguridad de manera distinta a nuestras estimaciones, sino que nuestros objetivos, personalidad o circunstancias irán también evolucionando.
“¿Es un plan infalible?”
En absoluto. Pero dicen los estoicos que la felicidad proviene de (pre)ocuparnos únicamente por aquellas cosas que son importantes y que además están bajo nuestro control. Preocuparnos por tener un buen plan y ejecutarlo bien es lo único importante que está en nuestro control.
Una mala noticia. Hacer un buen plan no está al alcance de todo el mundo. En la mayor parte de los casos se requiere de la ayuda de un profesional, algo a lo que no estamos en absoluto habituados. Es curioso porque, cuando a alguien le duele un diente, va al dentista. Cuando se le estropea un grifo, llama al fontanero. Pero a la hora de gestionar dinero, muchos piensan que están capacitados para hacerlo ellos mismos.
La buena noticia es que, si bien hasta hace poco este tipo de servicios sólo estaban al alcance de aquellos con patrimonios más altos, la tecnología ha hecho posible que este tipo de servicios—al menos en sus versiones más básicas—estén hoy disponibles para todos.
Veinte años llevo asesorando. Mi experiencia desde la racionalidad es la que tu describes. Ciertamente el individuo se mueve por impulsos psicológicos en el 80% de los casos. Pocos inversores he visto que guarden la calma. Si que aprecio mucha más tranquilidad es aquellos ahorradores que tienen una corriente de ingresos estables procedentes de otras fuentes distintas , como alquileres, dividendos de empresa familiar y cuyo futuro no depende solo de su ahorro
Sin embargo, el ahorrador de nomina mensual o pensionista si que se preocupa mucho por su ahorro ya que su dependencia de él para necesidades es más extrema.
Y otro condicionante psicologico, sin duda es la aversión al riesgo. Y yo creo que por más formacion que tenga el cliente, la aversión es una capacidad innata que no puede modificarse sustancialmente a lo largo de la vida del ahorrador.