#121 La Torre de Babel
Por qué las redes sociales están destruyendo las sociedades democráticas
Hola, soy @samuelgil, Partner en JME Ventures. Bienvenido a mi newsletter semanal, un lugar donde nos reunimos aquellos que creemos que la tecnología transforma juegos de suma cero en juegos de Suma Positiva.
Según Johnatan Haidt, autor de La Mente de los Justos, en su fabuloso artículo reciente Why The Past 10 Years Of American Life Have Been Uniquely Stupid (en el cual basaremos el artículo de hoy y el cual os invito a leer), estamos viviendo ahora mismo en Occidente una época similar a la que supuestamente debieron vivir los habitantes de Babel cuando Dios destruyó su famosa torre, según el libro del Génesis.
En ese entonces se hablaba un solo idioma en toda la tierra. Al emigrar al oriente, la gente encontró una llanura en la región de Sinar, y allí se asentaron. Un día se dijeron unos a otros: «Vamos a hacer ladrillos, y a cocerlos al fuego». Fue así como usaron ladrillos en vez de piedras, y asfalto en vez de mezcla. Luego dijeron: «Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo nos haremos famosos y evitaremos ser dispersados por toda la tierra».
Pero el Señor bajó para observar la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo, y se dijo: «Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es solo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr. Será mejor que bajemos a confundir su idioma, para que ya no se entiendan entre ellos mismos».
De esta manera el Señor los dispersó desde allí por toda la tierra, y por lo tanto dejaron de construir la ciudad. Por eso a la ciudad se le llamó Babel, porque fue allí donde el Señor confundió el idioma de toda la gente de la tierra, y de donde los dispersó por todo el mundo.
¿Quién es el culpable según Haidt de esta situación? Las redes sociales.
Veamos por qué y qué podemos hacer para remediarlo.
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La Torre de Babel
Está claro que en muchos lugares, izquierda y derecha se están convirtiendo en “países” diferentes que reclaman el mismo territorio, pero con versiones muy diferentes acerca de la política, la economía y la historia.
La leyenda que leíamos al comienzo del artículo sobre la torre de Babel no nos habla de tribalismo. Nos habla de fragmentación, de rotura en mil pedazos de todo lo que en un momento dado se creía sólido, de dispersión de la gente que antes conformaba una comunidad.
Esta metáfora aplica no sólo a lo que está ocurriendo entre izquierda y derecha, sino también dentro de la izquierda y la derecha, así como en universidades, empresas, organizaciones de diversa índole e incluso dentro de las familias.
La construcción de la torre de Babel moderna
Como contamos en La Flecha de la Historia, la tendencia que ha seguido nuestra historia—tanto cultural como biológica—ha sido la de favorecer la cooperación entre individuos a escalas cada vez mayores. El aumento de la población (y su densidad) y las mejoras tecnológicas nos fueron enseñando con el tiempo a jugar cada vez a más y mejores juegos de suma positiva en los que todos salíamos beneficiados de la cooperación.
La web 1.0 de los años 90 así como las primeras redes sociales que aparecieron a comienzos de los 2000–los MySpace, Friendster y compañía—continuaron con esta tendencia, permitiéndonos hablar con conocidos y extraños sobre cualquier tema de nuestro interés a una escala hasta entonces desconocida.
Esta tendencia alcanzó su máximo hacia 2011, cuando Google Translate está por primera disponible en casi cualquier smartphone, haciendo que cualquier persona de cualquier parte del planeta pudiera entender lo que ha escrito otra. Por ello, para Haidt, 2011 es el año en el que la humanidad volvió a construir la torre de Babel.
El derrumbe de la torre
Mark Zuckerberg dijo en 2012 antes de salir a bolsa que el propósito de Facebook era “redefinir la forma en la que la gente comparte y consume información”. Y en los 10 años siguientes eso es exactamente lo que consiguió. Sin embargo, la cosa no salió tan bien como él esperaba.
Según los expertos, las democracias se sostienen en tres pilares: (1) capital social (amplias redes de individuos con un alto nivel de confianza entre ellos); (2) instituciones fuertes; y (3) historias, relatos o narrativas compartidas.
En la opinión de Haidt, las redes sociales han debilitado los tres.
Si bien las redes sociales nos invitaron en sus inicios a conectar y a compartir inocentemente nuestros pensamientos y estado con familiares, amigos y conocidos, con el tiempo nos invitaron a hacerlo con desconocidos. Pasamos de ser nosotros mismos en un entorno de confianza a personajes que actúan para ganar relevancia y fama ante un gran auditorio.
El siguiente giro de tuerca vino con los “Like”, “Share” y “Retweet”, gracias a los cuales nuestro timeline se inundó de contenido creado por gente de fuera de nuestro círculo. Pronto se constató además que el contenido que más interacciones de este tipo generaba era precisamente aquel que más agitaba nuestras emociones.
Hacia 2013, el juego en las redes sociales era uno muy diferente al inicial. El propósito de buena parte del contenido creado era convertirse en viral y así propulsar a su creador a una efímera fama en la red. Este nuevo juego alienta la falsedad—no compartir lo que uno quiere sino lo que cree que va a tener más repercusión en base a lo que mejor ha funcionado de acuerdo a experiencias pasadas—y las dilapidaciones en masa.
Así, las nuevas plataformas sociales estaban perfectamente diseñadas para sacar a relucir nuestros yoes más moralistas y menos reflexivos.
Si a esto le añadimos la tendencia natural de las personal al tribalismo, es decir, a dividirnos en grupos más inclinados a combatirse los unos a los otros que a cooperar, el drama estaba servido. Una bomba de ira e indignación estaba a punto de estallar. Algo llamativo y peligroso del tribalismo es que ni siquiera necesitamos grandes hechos para indignarnos. El hecho más frívolo, como la ropa que tal o cual político lleva a determinado evento, es capaz de indignarnos si no es de los nuestros. Podemos decir que las redes sociales magnifican y convierten en armas arrojadizas la menor de las chorradas que antes de su existencia pasaría inadvertida.
Lo más preocupante no es que perdamos el tiempo hablando de estupideces. Lo más preocupante es la pérdida de confianza, tanto en las personas como en las instituciones.
Y cuando la gente pierde la confianza en las instituciones, pierde la confianza también en las historias que estas cuentan. Y sin historias comunes en las que creer, es difícil cooperar entre desconocidos, como bien sabe cualquiera que haya leído Sapiens.
Antes de la era digital todo el mundo veía, leía o escuchaba las mismas cosas en los medios. Y aunque esto por motivos obvios no es lo ideal, al menos aportaba un espejo común en el cual la sociedad se veía reflejada. La revolución digital ha hecho añicos ese espejo, y ahora el público habita esos pedazos de vidrio rotos. El público está muy fragmentado y es mutuamente hostil. En su mayoría son personas que se gritan unas a otras y viven en burbujas de un tipo u otro.
Según Haidt, la rotura de esta nueva torre de babel—con la consiguiente fragmentación que hace que no nos entendamos—se produjo entre 2011 y 2015.
Un ingeniero de Twitter dijo que la creación del botón de retweet fue como dar una pistola cargada a un niño de 4 años. Un tweet malicioso no mata a nadie, pero es un intento de avergonzar o castigar a alguien públicamente mientras se transmite la propia virtud, brillantez o lealtades tribales. Desde que las redes nos dieron este arma, no hemos parado de dispararnos entre nosotros ni un minuto, por cualquier razón, por estúpida que sea, miles de millones de veces al año.
Es innegable que las redes sociales tienen también su lado positivo, especialmente para el que las sabe usar bien. Entre otros, han dado voz al que no la tenía y han ayudado a mantener mejor a raya al poderoso, pero también han traído nuevas formas de injusticia y disfunción política:
En primer lugar, han dado más poder a los trolls y a los provocadores mientras que acallan a los buenos ciudadanos, que no están dispuestos a entrar en su juego.
En segundo lugar, dan poder y voz a los extremismos políticos cuya voz se ve sobrerrepresentada, reduciendo el poder y la voz de la mayoría moderada.
En tercer lugar, al dar un “arma” a todo el mundo, facilitan que se administre justicia sin el debido proceso, de forma más parecida a como se hacía en el salvaje oeste que a como se hace en los tribunales modernos.
Como consecuencia de todo ello nos estamos volviendo colectiva y estructuralmente más estúpidos.
Uno de los principales enemigos de la verdad es el sesgo de confirmación, la búsqueda únicamente de evidencias que respalden nuestro punto de vista. Si ya los buscadores hacían posible encontrar (falsa) evidencia sobre cualquier conspiranoia o absurdez, las redes sociales han agravado el problema, pues crean grandes cámaras de eco en la que solo escuchamos a los de nuestra cuerda.
Una de las principales razones del progreso en ciencias naturales o sociales del último siglo ha sido la discusión a veces acalorada pero educada entre partes que defienden opiniones encontradas. Pero, ¿qué ocurre cuando la gente tiene miedo a expresas sus opiniones o a disentir por miedo a ser cancelada por los del otro bando o por del suyo propio? Hoy en día, cualquier afirmación mínimamente polémica puede ser grabada y viralizada fuera de contexto causando un fuerte perjuicio personal o profesional a su autor. De ello hemos hablado hasta la saciedad en Nada Que Ganar.
Qué podemos hacer
Haidt nos avisa de que la cosa puede ir incluso a peor. Como contamos en Guerra Tecnológica, países autoritarios como Rusia o China utilizan las redes sociales a diario con el fin de debilitar a las democracias occidentales mediante la difusión de mentiras o propaganda por parte de agentes o bots. ¿Qué ocurrirá cuando la inteligencia artificial sea capaz—como ya lo hace GPT-3–de crear piezas de contenido (imagenes o texto) falso pero perfectamente creíble a una escala sin precedentes?
Algunas de las medidas que Haidt sugiere para contener la hemorragia son las siguientes:
Reforzar las instituciones democráticas: Con el fin de que un político que tienda puentes con otros partidos no sea castigado por el ala más extremista de su propio bando y este castigo sea amplificado en redes, sería deseable que las primarias fuesen abiertas y que una parte más amplia del electorado pudiera votar.
Reformar las redes sociales: Unas redes sociales dominadas por la extrema derecha, la extrema izquierda, trolls y agentes internacionales no parece el foro de debate más adecuado para hablar sobre los problemas que más nos importan. Las reformas en las redes sociales deben ir orientadas a reducir la voz y el poder de estos agentes corrosivos y de dar más poder y voz a la mayoría moderada silenciosa. Todos los intentos que se han hecho hasta la fecha de moderación de contenido, ya sean manuales o programáticos, han fallado estrepitosamente. Haidt aboga por introducir cambios mecánicos, como por ejemplo que tras dos shares o retweets la persona que quiera compartir ese contenido con su audiencia se vea obligado a crear un nuevo post. Estas medidas son absolutamente neutrales al tipo de contenido o a su ideología y sin embargo pueden contribuir a ralentizar la difusión de contenido que en una proporción mayor es falso o dañino. Asimismo, Haidt aboga por la verificación de la identidad de los usuarios que se dan de alta en una plataforma, lo cual no significa que alguien no pueda después actuar de forma pseudónima dentro de ella. Está más que demostrado que la gente tiende a limitar su comportamiento antisocial cuando su identidad puede ser trazada y conocida. Por último, Haidt también invita a las plataformas a hacer públicos los algoritmos que éstas emplean para seleccionar el contenido que nos muestran, de forma que pueda ser analizado e investigado en busca de posibles sesgos.
Por último, Haidt nos anima a preparar mejor a las nuevas generaciones. Por un lado, sugiere retrasar la entrada en redes hasta pasada la pubertad. En su opinión, se debería pasar de los 13 años requeridos actualmente a los 16. Además, por sorprendente que parezca, lo que Haidt recomienda con más fuerza es dejar que los niños vuelvan a jugar libremente con otros niños, algo que tristemente es cada vez es más inusual, pues esta es la mejor escuela posible que les podemos proporcionar para que aprendan a comportarse socialmente y a regular sus emociones.
Ahora, la pregunta que todos nos debemos hacer es si haremos los cambios necesarios para salvar nuestras instituciones o si seguiremos dejando que el torbellino de fragmentación y división en el que nos vemos inmersos nos termine de tragar.
Gracias por leer Suma Positiva.
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Me gusta lo de:
"Haidt aboga por introducir cambios mecánicos, como por ejemplo que tras dos shares o retweets la persona que quiera compartir ese contenido con su audiencia se vea obligado a crear un nuevo post"
Es como un "proof of work". Es este caso un "proof of think". Otra cosa es qué consideras un post válido. Yo a veces simplemente pongo etiquetas. O que ese nuevo post lo haga una IA.
Excelente. Yo, como muchos, había leído el artículo de Haidt con mucho interés. A mi, la desinformación, compartido y amplificado ambos por medios tradicionales y las redes sociales, es de los problemas más grandes que tenemos en el mundo.