Hola, soy @samuelgil, Partner en JME Ventures. Bienvenido a mi newsletter semanal, un lugar donde nos reunimos aquellos que creemos que la tecnología transforma juegos de suma cero en juegos de Suma Positiva.
Hoy tengo el placer de ceder los mandos de S+ a mi admirado Boro Mas.
En mi cabeza le tengo asociado con Valencia, con la bici de montaña, con Leonard Cohen, con la mejor literatura y, sobre todo, con el mundo fintech.
Salvador ha fundado varios proyectos de éxito en este ámbito como Invertia, Openfinance y Finametrix. Actualmente es el Head of Digital de Allfunds, empresa wealthtech que salió a bolsa hace ahora justo un año. Además, es el autor del libro Servicios Financieros: La era del cliente y ha dado clase en universidades como el Politécnico de Valencia o la Pompeu Fabra.
Supongo que después de lo anterior nadie se sorprenderá si digo que Boro es una de las personas que primero me vienen a la mente a la hora de consultar algo relacionado con la tecnología aplicada a las finanzas.
Fruto de esta relación hemos invertido con él en una de las empresas más prometedoras del portfolio (Flanks), y estoy seguro que pronto haremos muchas cosas más.
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El fascinante mundo del behavioral
por Salvador Mas
Cuando estudié Económicas hace ya unos cuantos años, como 25 creo recordar, nadie me habló de Behavioral Economics, y casi fue mejor así porque de este modo pude aprender economía clásica como se aprende un catecismo lleno de certezas matemáticas que ahorran muchos quebraderos de cabeza. La cosa era sencilla y gratificante, la economía era un sistema que siempre llegaba a un bonito equilibrio dinámico: al final de la ecuación siempre había un precio y una cantidad en la que el mercado se vacía, los pajaritos cantan y las nubes se levantan. El modelo era perfecto y encima éramos jóvenes.
Además, estudié en Bristol, una facultad totalmente entregada a la fe en las Rational Expectations, que incluso hacía alarde de ello y en los títulos de las asignaturas se las apañaban para meter esas dos palabrejas sagradas para ellos, con la R y la E así en mayúsculas. Para mis profesores de Bristol, confiar en que todos los agentes en el mercado funcionaban siempre con criterios racionales como un dogma indiscutible tenía una ventaja considerable: les liberaba la conciencia para dedicarse a resolver todos los problemas de la economía aplicando modelos matemáticos, porque a ellos lo que de verdad les gustaba era hacer ecuaciones de segundo grado. Que un fenómeno tan importante en economía como una burbuja financiera fuera imposible de explicar con el supuesto de las expectativas racionales era irrelevante para ellos. Era la vida lo que estaba mal; el modelo, imposible. Lo atribuían al factor aleatorio, impredecible por definición, y se ponían con otro modelo y otras ecuaciones.
No es de extrañar pues, que el trabajo de los psicólogos Kahneman y Tversky ni me lo mentaran, a pesar de que su asombrosa teoría de las perspectivas en las decisiones (Prospect Theory) fue publicada ya en 1979, y de que bastaba leerla por encima para entender lo relevante que iba a ser.
Pero claro, esa teoría y todos los trabajos de Behavioral Economics que le siguieron, y que trataban de comprender la irracionalidad con la que tomamos decisiones los seres humanos, era un estorbo para todos aquellos entrañables profesores de economía de Bristol, que necesitaban el supuesto de racionalidad para seguir jugando a las ecuaciones como en los pueblos los abuelos necesitan cartas para seguir jugando al mus. Lo mejor era ignorar todo eso; total, ni siquiera eran economistas sino psicólogos, vete tú a saber. La desconsideración de la facultad de Bristol no fue un caso excepcional sino general: Kahneman no obtiene el Nobel hasta 2002, casi 25 años después de publicar su disruptiva teoría; y su amigo Tversky no tuvo tiempo de recibirlo porque murió 6 años antes, en 1996.
Así que hasta unos años más adelante no descubrí el behavioral. Y fue un shock instantáneo; mi carrera, mis libros, mis ecuaciones, mis certezas…cayeron como un castillo de naipes. Pero a continuación traté de abrazarlo como un nuevo catecismo, porque aún era joven y cuando uno es joven si pierde un catecismo necesita sustituirlo por otro. Así que me leí a los autores behavioral y me gustaron mucho; en vez de matemáticas había experimentos psicosociales y cosas así, pero todo era muy entretenido y trataba de la conducta humana, que siempre es interesante. Conocer los sesgos emocionales y cognitivos que tenemos y que llevan a nuestros cerebros a tomar malas decisiones, entender lo burros que podemos ser, es divertido.
Eso sí, para un economista de deformación tradicional, el behavioral no funcionó como paradigma económico sustitutivo. Fue un jaque al modelo clásico, por supuesto, pero un jaque sin mate. Y no tanto porque, como dirían mis viejos profesores, “a theory can be useful even when its assumptions are unrealistic”, sino simplemente porque ni llega a ofrecer un sistema alternativo. Su influencia en economía ha sido enorme, resultando muy útil para revisar los modelos clásicos modificando el supuesto de racionalidad. Y puesto que aunque tomemos decisiones irracionales, nuestra irracionalidad es predecible, en las universidades pueden seguir modelando y jugando a las ecuaciones. Muchos de los hallazgos del behavioral han sido integrados en los modelos económicos clásicos, que paradójicamente han salido reforzados por la disrupción que pudo matarlos.
En todo caso, mi interés por el behavioral siguió creciendo más allá de su aportación a la ciencia(?) económica. Había quedado sin duda fascinado al descubrir ese inventario de sesgos mentales que nos impiden tomar buenas decisiones, sobre cómo nuestros sentimientos y emociones “nos traicionan la razón”, como cantaba Camilo Sesto, que evidentemente de eso sabía un rato. De hecho, peor aún que darme cuenta de que los agentes en la economía no deciden racionalmente, fue entender que ni siquiera yo, que tan listo me creía, decidía estando en mis cabales.
Así que mi esperanza pasó a ser que el conocimiento personal de esa lista de sesgos, tan bien listados y descritos por Kahneman y sus amigos, pudiera ayudarme a mejorar mi toma de decisiones. “Choose the non-emotional response to any given situation and see how much easier your life becomes”, dice Naval, como si fuera fácil. Mi pregunta era: ¿sirve la toma de conciencia individual de todos los sesgos de uno mismo, para poder evitarlos o al menos mitigarlos?
Y claro, no era solo mi pregunta (e ilusión), sino la de otros muchos. Por ejemplo, esta web ofrece un test para averiguar cuáles son tus sesgos como inversor, con la idea de que conocerlos te ayudará a corregirlos y mejorar tu salud financiera. Si tienes un marcado sesgo de exceso de confianza y una cartera arriesgada, te dirá que seas más prudente, pero si el sesgo que perjudica a tu salud financiera es que eres una persona con una exagerada aversión a las pérdidas, podría aconsejarte tomar más riesgos a largo plazo, por ejemplo. Yo lo hice en su día y me salía muy alto en “risk taker and tolerant of losses” y muy bajo en “financial planning management” y “wealth building motivation”, así que la recomendación casi automática era que planificara mejor mis finanzas a largo plazo y vigilara el riesgo de mis inversiones…y os prometo que lo intenté; intenté hacerme una planificación financiera holística a largo plazo (algo en lo que nunca he creído y siempre me ha resultado aburridísimo); e intenté reducir el riesgo de mi cartera.
Pero como podéis imaginar, como medida correctiva de mis sesgos, no modificó en nada mis decisiones: no funcionó en absoluto; a pesar de saber bien de qué pie cojeaba, seguí tropezando de nuevo con la misma piedra (Julio Iglesias, otro sabio en esto). Y no es que yo sea un bicho raro. El propio Kahneman, que es uno de los inventores de todo esto, se muestra muy escéptico con respecto a que el hecho de conocer tus sesgos sirva para corregirlos. En este podcast (muy recomendable), lo explica muy clarito:
Cambiar nuestro comportamiento es muy complicado, nuestro cableado emocional y cognitivo está muy bien asentado y tiene muy fácil volver a salirse con la suya si nuestra única arma es el resultado de un test psicotécnico.
Pero no matemos con esto la utilidad práctica del behavioral, que incluso asumiendo esto, alguna puede tener además de ser entretenido. Para ello, mejor dejemos por un rato al escéptico Daniel Kahneman, y vayamos ahora con un discípulo y buen colega suyo, Richard Thaler, también Nobel de Economía quince años más tarde, en 2017. El título de su libro “Nudge: Improving Decisions About Health, Wealth, and Happiness”, es bastante revelador de su mayor optimismo sobre la influencia que él sí cree que puede tener el behavioral en nuestras vidas. Nudge se puede traducir por un suave empujoncito, un refuerzo positivo que te ayude a tomar una decisión en un sentido determinado.
(En todo este enfoque hay siempre una tensión del behavioral con la propia libertad individual que por supuesto no puede ser obviado. Al fin y al cabo, el “conductismo” es una escuela psicológica muy antigua liderada por un tal Watson que ya hace un siglo abogaba por “generar estímulos para controlar las reacciones del hombre y anticipar y fiscalizar la actividad humana”. La naranja mecánica, escrita en 1962, era una impugnación contra esta doctrina tan bestia; doctrina que, por cierto, está siendo hoy en día puesta en práctica de forma masiva aunque no queramos ver la gravedad del asunto. ¿O acaso no es Instagram, por ejemplo, un experimento conductista masivo de tipo perro de Paulov (con el estímulo de la dopamina), similar al que aplicaban a Alex, el malvado protagonista de La naranja mecánica?)
Pero dejemos este debate para otro día, veamos hoy la cosa positiva del asunto, y es cómo todo esto puede ayudarnos a tener una vida mejor, respetando nuestro libre albedrío si es que realmente lo tenemos.
En mi caso personal, podría decir que la aplicación algunos de estos nudges, estos empujoncitos, claramente sí han mejorado mi vida. Van tres ejemplos: en los últimos 10 años o así, me he ido proponiendo llevar una vida más sana, concretado en que tenía que empezar a practicar regularmente 1) deporte; 2) meditación; 3) ayuno intermitente. Y la verdad es que a día de hoy estoy orgulloso de mis logros en los tres puntos, doy para parodia de Pantomima Full en cada uno de ellos. Propósitos, que como sabéis requieren un esfuerzo considerable, y que no hubiera podido conseguir, sin las apps de 1) Strava (; 2) Headspace; 3) Zero, apps suavemente push (te manda unos recordatorios bastante amables), y con cierto componente social (en Strava compito con mis amigos y nos damos kudos, somos así de simples 😉). Creo que son buenos ejemplos personales de nudge aplicados a esta especie de androide-a-un-smartphone-pegado en la que con los años nos hemos ido convirtiendo.
En el campo de las finanzas personales, que al fin y al cabo es el campo en el que he trabajado estos años, no es tan sencillo encontrar casos de apps-nudges de salud financiera tan exitosas. Quizá por el conflicto de interés en el que se encuentran las empresas que suelen desarrollar estas apps (casi siempre al servicio de entidades que viven de venderte productos contra tu propia salud financiera), o quizá porque el caso no es tan fácil de aplicar como los ejemplos que antes he citado. Es verdad que cada vez hay más ejemplos de nudges en apps financieras: la app de BBVA, por ejemplo, incorpora cada vez más reglas de ahorro automático en tu cuenta que eliminen sesgos perjudiciales para el cliente; o Indexa Capital, por ejemplo, también ha puesto en práctica interesantes iniciativas de finanzas conductuales para ayudar a sus clientes a invertir mejor tratando de neutralizar sesgos que juegan en contra del cliente. Pero creo que la killer app de salud financiera personal aún no existe.
Concluyendo: estoy muy contento de haber dedicado tiempo al behavioral (en especial Kahneman, Thaler y también Dan Ariely); os lo recomiendo tanto desde un punto de vista profesional como personal. Más allá de su relevancia científica o filosófica, es muy útil entender los mecanismos que nos llevan a decidir tal y como se describen, y para entender cómo hay apps que pueden ayudarnos o perjudicarnos con esos pequeños empujoncitos; y usar esa tecnología en nuestro favor e intentar evitar que la usen en nuestra contra.
Salvador Mas
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ES mucho más fácil predecir donde estará una estrella dentro de 10.000 años que tu hijo adolescente el sábado a las 23:00. Behavioral.
Conocerte a ti mismo y contar hasta 10, antes de tomar una decisión, creo que todavía no está en ninguna App, pero ayuda a reducir el número de errores de forma considerable.