Hola, soy Samuel Gil.
Esto es Suma Positiva, una publicación sobre tecnología, negocios y humanos leída por más de 29.000 personas cada semana.
La edición de esta semana de Suma Positiva viene a cargo de Curro Clavero.
Curro es un nutricionista especializado en salud integral y un enfoque innovador que combina ciencia actualizada y sabiduría ancestral. Destaca por su Método Clavero, un sistema que ayuda a optimizar el potencial físico y mental mediante una educación nutricional personalizada, suplementación específica según analítica de sangre, gestión del estrés, ejercicio y descanso.
Su trabajo se sustenta en tres pilares:
Investigación continua, destacando el papel en ralentización el envejecimiento y epigenética nutricional (metilación y biomarcadores como la homocisteína)
Enfoque práctico con protocolos para enfermedades crónicas (cardiovasculares, diabetes, enfermedades autoinmunes, cáncer, neurodegenerativas, etc.)
Adaptación evolutiva de la nutrición, promoviendo la flexibilidad metabólica y periodización de carbohidratos para deportistas
Es autor de obras referencia como, Alimentación Evolutiva, Alimentación Evolutiva para Deportistas y Epigenética nutricional, su último libro del que tengo la suerte de haber recibido una copia y del que hoy nos trae un adelanto.
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Epigenética Nutricional: Salud y Longevidad
por Curro Clavero
Nos maravillamos con cada nuevo avance tecnológico creado por el ser humano, pero rara vez nos detenemos a admirar la tecnología más avanzada, sofisticada, eficiente y compleja del universo conocido: el organismo humano.
Por asombrosas que sean las creaciones humanas, ninguna iguala en complejidad, flexibilidad y resiliencia al organismo humano, la tecnología autoorganizativa más avanzada que existe. Su sofisticación opera en múltiples niveles:
A nivel celular, cuenta con mecanismos propios para mantenerse en funcionamiento, repararse, comunicarse con otras células y adaptarse al entorno sin necesidad de un control externo. En otras palabras, sus componentes básicos saben "organizarse" y trabajar de manera autónoma.
Como sistema dinámico, busca constantemente la homeostasis, es decir, el equilibrio interno (niveles de glucosa y pH en sangre, tensión arterial, temperatura corporal, etc.) frente a cambios externos.
El sistema inmunitario aprende, responde y se adapta en tiempo real a las amenazas.
El cerebro y el sistema nervioso funcionan como un núcleo de procesamiento, organizando la interacción entre todos los sistemas del cuerpo y analizando el entorno interno y externo para maximizar la supervivencia.
Es un ecosistema autoorganizado que se ajusta constantemente. Aloja trillones de microorganismos en simbiosis (la microbiota), que colaboran para optimizar la salud.
Es adaptable y resiliente, capaz de reorganizarse para sobrevivir y prosperar en distintos entornos y condiciones.
Evoluciona con el tiempo, autoorganizándose a nivel generacional mediante mutaciones y transmisión genética, lo que permite mejorar su diseño biológico con cada generación.
Pero vayamos al principio, porque lo más asombroso es que esto comenzó desde la nada.
Hace unos 4.000 millones de años, la Tierra era un planeta sin vida, solo un cúmulo de materia física y química. Moléculas simples flotaban sin propósito, sin "recordar" nada. Pero con el tiempo, empezaron a interactuar y a formar compuestos más complejos, hasta que una de ellas adquirió una propiedad revolucionaria: podía copiarse a sí misma.
Este momento marcó un antes y un después. Por primera vez, la materia comenzó a almacenar información (“conservar memoria”) sobre su propia estructura. No solo existía, sino que podía transmitirse y replicarse. Era como si, de repente, la naturaleza hubiera escrito las primeras líneas de código de un programa informático, capaz de ejecutarse, mantenerse y mejorarse con el tiempo (evolucionar).
A partir de ahí, la historia de la vida comenzó su camino: aquellas primeras moléculas dieron lugar a células simples, que luego se volvieron más complejas. Con el tiempo, surgieron los organismos multicelulares, luego los animales y, mucho más tarde, los primeros homínidos. Todos los seres vivos, desde bacterias hasta árboles y humanos, compartimos ese mismo punto de origen: el instante en que la materia dejó de ser solo química y se convirtió en biología. Fue entonces cuando la información comenzó a organizarse, adaptarse y evolucionar hasta dar forma a lo que hoy somos.
Nos adentraremos ahora en la epigenética, uno de los mecanismos más sofisticados de autoorganización que se conocen. Es el sistema que regula y controla cómo se usa esa información para que los organismos sean flexibles, resilientes y altamente adaptativos a los constantes cambios de su entorno.
Genética vs Epigenética
Sin información, no hay organización y, por tanto, tampoco vida. Como mencionamos antes, la "tecnología" de la vida comenzó cuando la materia se convirtió en información. En biología, esta información se presenta en dos niveles: genética y epigenética.
Genética: el manual de instrucciones
Es nuestro manual de instrucciones de nacimiento. Indica cómo debe ser y funcionar nuestro organismo, estableciendo sus límites y potencialidades. Esta información está almacenada en el ADN y es inalterable. Aunque ya existen tecnologías capaces de modificarla (como CRISPR), en la práctica cotidiana no podemos hacer nada para cambiarla: nacemos y morimos con ella.
Epigenética: la interpretación del manual
Regula la expresión de la información genética, determinando qué partes de ese manual de instrucciones (ADN) deben activarse o desactivarse y en qué momento. O qué genes deben expresarse o permanecer en silencio. No modifica la información genética en sí, sino que la complementa, la organiza y le da sentido, como lo hacen las tildes y las comas en un texto. ¿Cuál es su ventaja práctica? Que es modificable y mejorable.
Imagina un piano y una pianista tocándolo. El piano representa nuestra genética, el material con el que contamos, y la pianista simboliza la epigenética, quien decide qué teclas tocar en cada momento para interpretar la mejor melodía posible según la situación. Una excelente pianista (epigenética) con un mal piano (genética) siempre logrará una música más armónica y bella que una pésima pianista con el mejor piano del mundo. Ese es el gran potencial de la epigenética.
Procesos epigenéticos
La epigenética permite que la información contenida en el ADN se interprete correctamente a través de dos procesos fundamentales.
Metilación del ADN
En nuestro organismo existe una molécula llamada S-adenosilmetionina (SAMe, para los amigos), que posee algo muy valioso: un grupo metilo. Este actúa como una especie de “etiqueta” química que la SAMe dona o transfiere a distintas zonas del ADN para indicar que esa región no debe leerse, activarse o expresarse.
Siguiendo la analogía del piano y la pianista, SAMe proporciona las etiquetas que marcan ciertas teclas del piano (zonas del ADN), indicando a la pianista (epigenética) que no debe pulsarlas para que la melodía (funcionamiento del organismo) suene lo más armónica y equilibrada posible.
Este proceso cumple dos funciones clave para nuestra supervivencia, salud y longevidad:
Estabilización del genoma: Señala qué zonas del ADN no deben expresarse para evitar mutaciones indeseadas.
Diferenciación celular: Indica a cada célula qué genes no debe leer. Según el tejido en el que se encuentre, cada célula debe especializarse en funciones específicas. Una célula del ojo, por ejemplo, no necesita leer las mismas instrucciones que una del hígado; solo activará la información relevante para su función, ignorando el resto.
Ya te puedes ir dando cuenta de la importancia de contar con suficiente materia prima (SAMe) para que este proceso pueda llevar a cabo sus funciones.
Modificación de histonas
En este proceso se utilizan otras etiquetas químicas distintas: los grupos acetilo. Las histonas son proteínas alrededor de las cuales se enrollan dos metros de ADN dentro del núcleo de la célula. Dependiendo de si la histona tiene o no esta etiqueta, pueden producirse dos tipos de modificaciones:
Acetilación: se añade un grupo acetilo a la histona, lo que provoca que esa zona del ADN se desenrolle (como si se soltara un nudo), haciéndola más accesible para que ciertos genes puedan expresarse.
Desacetilación: ocurre lo contrario, se retira el grupo acetilo y el ADN vuelve a compactarse alrededor de la histona, restringiendo su acceso e impidiendo su activación. Como en los humanos, un gen no debe estar siempre activo ni todos los genes expresándose al mismo tiempo. La naturaleza y la evolución nos enseñan que el silencio también es importante.
La modificación de histonas es un proceso más flexible y dinámico que la metilación, ya que se adapta rápidamente a los cambios del entorno. Por ejemplo, si en un momento dado es necesario eliminar células cancerosas, conviene inhibir la desacetilación para facilitar la activación (acetilación) de los genes supresores de tumores. En mi libro Epigenética nutricional, dedico un capítulo exclusivo a las moléculas nutricionales que pueden potenciar este mecanismo, como la alfa-cetoglutarato, y otras muchas.
Volvamos ahora a la metilación y a la SAMe, que, a pesar de ser la segunda molécula más utilizada y consumida por nuestro organismo, sigue siendo desconocida para la mayoría. Ya es hora de reivindicar su importancia.
SAMe y envejecimiento
Las alteraciones epigenéticas y la inestabilidad genómica son dos de los principales factores del envejecimiento, según identificó Carlos López-Otín en su famoso artículo científico Las claves del envejecimiento. Como hemos visto, la metilación del ADN es esencial para garantizar la estabilidad del genoma, y el proveedor de la materia prima (etiquetas químicas) necesarias para este proceso es SAMe.
¿Cuál es el problema? Que a medida que envejecemos, los niveles de SAMe disminuyen, y lo hacen de manera exponencial.
Es decir, sin SAMe no hay materia prima, y ningún proceso, por muy optimizado que esté, puede funcionar sin los recursos adecuados. En biología, este fenómeno se conoce como hipometilación global, un estado que favorece la inestabilidad genómica, acelera el envejecimiento y, en consecuencia, contribuye al desarrollo de diversas enfermedades, como veremos más adelante.
Por ello, uno de los objetivos de la parte práctica de mi libro es enseñar cómo aumentar los niveles de SAMe y, con ello, mejorar la capacidad de metilación para reducir el riesgo de enfermedades y ralentizar el envejecimiento.
Otras funciones de SAMe más allá de la epigenética
Por si lo anterior fuera poco, SAMe no solo dona sus grupos metilo para la metilación del ADN y la regulación epigenética, sino que también es indispensable para muchos otros procesos de metilación esenciales en el organismo.
El 90 % del SAMe disponible se consume en la síntesis de creatina (fundamental para la producción de energía en músculos y cerebro) y fosfatidilcolina (clave para la integridad y fluidez de las membranas celulares, especialmente en el cerebro, donde ayuda a protegerlo de enfermedades neurodegenerativas).
Además, SAMe es necesario para:
Degradar moléculas que, en exceso, pueden ser perjudiciales, como la histamina, la vitamina B3, los estrógenos, la dopamina o la adrenalina.
Sintetizar neurotransmisores como la serotonina y poliaminas como la espermidina, una molécula con propiedades antiinflamatorias, antioxidantes y un papel clave en la prolongación de la vida celular.
Regular los ritmos circadianos, la salud ocular (cristalino, retina) y la inmunidad, favoreciendo la proliferación y especialización de los linfocitos T.
Ahí es nada.
Déficit de SAMe (hipometilación) y enfermedades relacionadas
Puesto que, sin SAMe, no podemos ejecutar procesos tan fundamentales para el funcionamiento del organismo y para ralentizar el envejecimiento —como los epigenéticos y los mencionados anteriormente—, un déficit de SAMe, que conlleva un estado de hipometilación global, está relacionado con la mayoría de las enfermedades que nos acechan hoy en día y que no dejan de crecer: enfermedades cardiovasculares, cáncer, trastornos neurodegenerativos (Alzhéimer, párkinson, ELA, esclerosis múltiple), diabetes, depresión, autismo, adicciones, enfermedades autoinmunitarias, alergias, migrañas, fibromialgia, TDAH y, por último, la madre de todas las enfermedades: el envejecimiento.
En todas ellas, los estudios han detectado un estado de hipometilación en comparación con controles sanos.
Las buenas noticias
¿Por qué titulé a mi libro Epigenética nutricional? Pues porque, hoy en día, existe suficiente evidencia científica que nos permite saber cómo, a través de moléculas nutricionales concretas, podemos:
Mejorar la epigenética, aumentando los niveles de SAMe para garantizar suficiente materia prima que permita metilar el ADN, evitando así la inestabilidad genómica y favoreciendo la diferenciación celular, además del resto de funciones de metilación.
Promover la acetilación, activando los genes supresores de tumores.
Reducir la homocisteína, evitando el daño sistémico que provoca y, a su vez, aumentando los niveles de antioxidantes y de SAMe.
Triple “Suma Positiva”
Cuidar nuestra salud en general, y nuestros procesos epigenéticos y de metilación en particular, es un claro ejemplo de triple suma positiva, ya que conecta los niveles biológico, individual y social en un ciclo virtuoso donde todas las partes involucradas se benefician mutuamente. Veámoslo:
La tecnología biológica (el organismo humano y sus genes): Se beneficia al sobrevivir, replicarse y transmitir genes a la siguiente generación. Como explica el biólogo evolutivo Richard Dawkins en su libro El gen egoísta, los organismos son, esencialmente, “máquinas” desarrolladas por la selección natural para proteger y transmitir los genes. Por tanto, al cuidar nuestro cuerpo, garantizamos la continuidad de nuestros genes y maximizamos las posibilidades de supervivencia y reproducción.
El individuo: Cuando cuidamos de nuestro organismo, este nos cuida a nosotros, recompensándonos con salud, calidad de vida, energía, bienestar, creatividad y la capacidad de desarrollarnos plenamente.
La sociedad: Lo anterior, a su vez, nos permite contribuir al progreso social e innovar, beneficiando al colectivo. La sociedad, al optimizar sus estructuras y recursos para cuidar a las personas, mejora el bienestar general, cerrando así un ciclo de beneficio mutuo.
Reflexión final. El verdadero “milagro tecnológico”
El asombro tecnológico debería comenzar en nosotros mismos.
¿No es fascinante que, por ejemplo, dos metros de hilo de ADN puedan plegarse de tal manera que quepan dentro del núcleo de cada una de nuestras células? ¿Y que decenas de billones de células se renueven cada día? ¿Y que tengamos conciencia sobre nosotros mismos? ¿Y que seamos capaces de reflexionar sobre nuestra existencia? ¿Y que podamos experimentar emociones como amor, ira, miedo, alegría…?
Reflexionar sobre la sofisticación, eficiencia y complejidad del organismo humano —la tecnología más avanzada que existe—, resultado de un proceso evolutivo que ha perfeccionado su diseño durante millones de años (sin pausa, pero sin prisa), debería servirnos como una cura de humildad y un ejemplo de cómo hacer las cosas si buscamos calidad y beneficio a largo plazo.
En lugar de incrementar nuestra conexión digital mientras nos alejamos y desconectamos cada vez más de la naturaleza y nuestro propio cuerpo —como es la tendencia general de la sociedad actual—, la fascinación por la tecnología debería impulsarnos a admirar, respetar y, sobre todo, cuidar el diseño biológico del que somos parte.
Vamos por ello.
Gracias por leer Suma Positiva.
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Súper curioso. Muchas gracias! Una duda que imagino que le queda a todo el mundo….
¿Con qué moléculas nutricionales mejoró mi SAMe? ¿Qué tengo que comer 😊?
Como profesor (actualmente de FP,antes ESO) me he encontrado con personas especialmente dotadas de talentos extraordinarios, siempre me atrevo a decirles que no es ningún mérito poseer esos talentos, ya que han sido heredados, el mérito deviene del buen e intensivo uso que se haga de ellos para mejorar el mundo. Toma la epigenética como analogía para mucho más aspectos de la vida.