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Val Muñoz de Bustillo fue emprendedor durante muchos años, pero dejó su empresa para crear Polymatas, un blog/podcast en el que cada semana habla sobre conocimiento, razón y aprendizaje. Para los que quieran recorrer el camino hacia la polimatía, ha creado la Biblioteca Polymata, donde mes a mes va desvelando los 50 libros más importantes para comprender el mundo.
Hoy tenemos el lujo de tenerle en Suma Positiva para hablar del progreso y sus causas.
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Tu cerebro es el principal dispositivo para crecer y controlar tu vida.
¿Sabes cuál es el mayor problema de este sistema? Efectiviwonder, que nadie nos enseña a usarlo (y no es casualidad).En el colegio tenemos educación física pero no mental ni financiera. Al sistema no le conviene que sepas esto. Mientras tanto, la salud mental es el mayor problema de salud pública en el mundo.
De la gestión de tu cerebro depende tu capacidad para montar negocios y tener una vida ganadora. Si no controlas tu cerebro este te controla a ti. Y, ¿sabes qué? Que el puñetero es listo, pero lo conocemos bien, básicamente porque Osman es neurocirujano y lo toca con sus manos todos los días.
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Cómo la razón, la ciencia y el humanismo trajeron el progreso
por Val Muñoz de Bustillo
El descomunal progreso de los últimos 200 años se lo debemos a las ideas de la Ilustración.
¿Cuáles son estas ideas?
Razón, Ciencia y Humanismo.
¿Cuáles son estos progresos?
Los humanos del siglo XXI vivimos mucho más tiempo, somos más ricos, vivimos infinitamente más seguros, somos más inteligentes, más cultos y mejores personas que nuestros antepasados del siglo XVIII.
Nuestra ignorancia histórica, el reguero de noticias catastrofistas y el sesgo de negatividad, a menudo nos impiden ver la increíble proeza que hemos llevado a cabo los seres humanos en poco más de dos siglos. Estás gráficas de Our World in Data son más convincentes que cualquiera de mis explicaciones.
Antes el 90% de la población vivía en la extrema pobreza, ahora solo el 10%; antes la esperanza de vida era de 30 años, ahora de 72; antes las tasas de analfabetismo eran del 88%, ahora del 15%. Es cierto que el progreso ha traído sus propios males: el cambio climático, la extinción masiva de especies, las crueles granjas industriales y los riesgos existenciales que tecnologías como la fisión nuclear o la Inteligencia Artificial han puesto sobre la mesa. Pero estos males no niegan el progreso; son una consecuencia previsible de los avances tecnológicos y el crecimiento demográfico. De hecho, el propio progreso podría proporcionarnos las herramientas para atajarlos.
Agradezco a Samuel que hoy me haya dejado un hueco en su newsletter para hablar de las que, para el psicólogo y polímata Steven Pinker, han sido las causas principales del paso de la miseria más absoluta al bienestar y la prosperidad.
Este artículo nace de una lectura cuidadosa y reflexiva de mi libro favorito: En Defensa de la Ilustración, que es uno de los 50 libros que he seleccionado para la Biblioteca Polymata. Es mi libro favorito porque en él, Pinker da la mejor explicación que conozco para entender por qué estoy sentado cómodamente en mi casa, en una fría mañana de invierno, caliente y seguro, escribiendo en un portátil con una taza de café humeante en la mano.
Veamos más en profundidad por qué hoy tú y yo podemos gozar de estos lujos que ni el más rico de los reyes del siglo XVI podría haber soñado. Empecemos con la razón, el inicio de todo.
La Razón
Los ilustrados, esos precursores del progreso que vivieron en el siglo XVIII, no creían en la razón, usaban la razón. La razón es una herramienta cognitiva que nos acerca a nuestros objetivos de forma eficaz. Tomar la información que hay a nuestro alrededor y procesarla con lógica es la vía más directa hacia el éxito en cualquier empresa. Los Ilustrados eran conscientes de las limitaciones de la racionalidad individual y por ello destacaron la importancia de las instituciones y normas que promovían la búsqueda de la verdad mediante la corrección continua de errores. Estamos hablando de la libertad de expresión, el análisis lógico y la comprobación empírica. Estas instituciones se han acabado imponiendo porque la realidad es la que es, y desarrollar buenas explicaciones de cómo funciona el mundo nos proporciona una ventaja radical frente a seguir creyendo en dioses y maleficios.
El hecho de que la razón se haya impuesto es una prueba de nuestra capacidad innata para razonar. Esto puede sorprender a muchos por las posturas tan irracionales que defendemos a diario. Sin embargo, esto tiene una explicación. Las posturas que tomamos ante asuntos como el cambio climático no tienen tanto que ver con el conocimiento científico sino con la posición que ha adoptado nuestra tribu sobre la cuestión. Gritamos a los cuatro vientos nuestra opinión (la de nuestra tribu) en redes sociales y en cenas familiares para dejar bien clara nuestra lealtad a los nuestros.
Aunque te suene raro, esto es, en cierto sentido, racional. Con la excepción de un número insignificante de individuos que mueven los hilos y agitan a las masas, nuestra opinión sobre el cambio climático tiene cero probabilidades de marcar alguna diferencia. Sin embargo, suponen una diferencia enorme en el respeto y aceptación que vamos a obtener de nuestro círculo social.
Sabiendo esto, la paradoja de la irracionalidad está resuelta. No es que no seamos racionales, es que, en ocasiones ser racionales no tiene nada que ver con ser fieles a la verdad. La razón es una herramienta para conseguir objetivos y el objetivo no siempre es aproximarnos a la verdad.
Otra paradoja de la racionalidad que confunde a muchos es que la inteligencia y el razonamiento no garantizan una aproximación a la verdad. Por el contrario, pueden ser armas al servicio de una racionalización cada vez más ingeniosa y sofisticada. A menudo, los expertos más brillantes están profundamente equivocados en sus ideas, pero han creado una trama tan compleja de creencias que pocos, y mucho menos ellos mismos, son capaces de desentrañar.
Por último, la razón puede ser selectiva. Sobre todo, cuando la moral y la política se cruzan en su camino. La gente con mayor implicación política es más selectiva eligiendo solo fuentes de información que confirmen sus ideas previas. Esto, como es lógico, lleva a la polarización.
Las ideologías políticas fallan estrepitosamente porque llevan las ideas al extremo hasta hacer de ellas una caricatura.
Por ejemplo, los más conservadores piensan que cualquier medida o intervención del estado es incapaz de tener en cuenta la complejidad de la sociedad y la economía y por lo tanto es mejor dejar que la fuerza de la tradición haga su trabajo. El problema es que con esta mentalidad, pocos progresos habríamos hecho.
Por su parte, a los situados más a la izquierda les salen sarpullidos cuando oyen hablar de mercados libres y de capitalismo, como si cualquier propuesta para facilitar los intercambios entre empresas y consumidores fuese a provocar la vuelta al salvaje oeste.
Estas ideologías tienen más de dos siglos de antigüedad y se basan en concepciones generales como que los humanos son trágicamente imperfectos (derecha) o infinitamente maleables (izquierda), o que la sociedad es una colección de individuos (derecha) o un todo orgánico (izquierda). Lo cierto es que ninguno de estos relatos simplistas puede dar solución a los problemas complejos de sociedades de millones de individuos interactuando entre sí.
La política debería ser un medio para la resolución de problemas. Y los políticos tienen respuestas al otro lado de la calle. La ciencia lleva siglos refinando los métodos para obtener las mejores interpretaciones de la realidad y resolver los problemas más complejos. Por hacer una sola propuesta; la política debería usar la experimentación y el análisis estadístico para descubrir las medidas más efectivas. En vez de eso, alzan orgullosos sus panfletos ideológicos y los siguen como si fuese la verdad revelada.
El enemigo principal de la razón en la esfera pública actual no es la ignorancia, ni tampoco los famosos sesgos cognitivos, sino la politización. En EEUU la polarización entre los dos principales partidos se ha duplicado desde 1994. En España también nos hemos polarizado mucho los últimos años.
Para ser más racionales deberíamos despolitizar los temas todo lo que sea posible. El descubrimiento de que el tribalismo político es una de las fuentes más caudalosas de irracionalidad es relativamente reciente y todavía nos tiene algo desconcertados pero debemos actuar.
La existencia de los sesgos cognitivos, emocionales e ideológicos no significa que seamos irracionales y que es inútil intentar que nuestras deliberaciones sean cada vez más racionales. Los humanos podemos ser vulnerables al sesgo y al error, pero no lo somos todos en todo momento. Nuestro cerebro es capaz de razonar en las circunstancias adecuadas. El problema radica en identificar dichas circunstancias y promoverlas con firmeza. ¿Cómo podemos hacerlo?
La respuesta nos lleva de nuevo a las instituciones ilustradas. A la larga, las instituciones de la razón han demostrado que pueden mitigar la tragedia de las creencias comunes y permitir que prevalezca la verdad. Pese a toda nuestra irracionalidad, pocas personas creen hoy en día en hombres lobo, unicornios o brujas.
La Ciencia
Como decía el gran físico Richard Feynman: el primer principio de la ciencia es que no debes engañarte a ti mismo, y tú eres la persona más fácil de engañar.
Los científicos no son más sabios y nobles que otros gremios. No es en los científicos en quien debemos confiar, sino en la Ciencia. Esta institución, producto del Renacimiento y su interés por la razón, ha creado mecanismos que reducen el error de los científicos: la revisión por pares, los ensayos con doble ciego, las revistas científicas y el debate abierto.
El pensamiento científico no implica la creencia de que todas las hipótesis científicas actuales sean ciertas. De hecho, la mayoría de las nuevas hipótesis no lo son. Lo que la ciencia permite es una confianza creciente en una hipótesis a medida que se acumulan las evidencias a su favor.
¿Qué es lo que distingue la ciencia de otros ejercicios de la razón, como la filosofía? No es el método científico porque éste no existe; los científicos utilizan todos los medios y métodos disponibles. La ciencia se caracteriza por dos ideales que los científicos buscan exportar al resto de la vida intelectual:
El mundo puede ser comprendido. Los fenómenos que experimentamos pueden explicarse mediante principios que son más profundos que ellos mismos.
Debemos permitir que el mundo nos diga si nuestras ideas sobre él son correctas o no. Las causas tradicionales de la creencia (la fe, la revelación, el dogma, la autoridad, el carisma, la sabiduría convencional, el análisis hermenéutico de los textos y el resplandor de la certeza subjetiva) son generadoras de error y deberían ser descartadas como fuentes de conocimiento. En lugar de ello, nuestras creencias deberían evaluarse en función de su correspondencia con la realidad.
A una teoría se le atribuye un grado previo de credibilidad, basado en su coherencia con todos nuestros otros conocimientos. Posteriormente ese grado de credibilidad aumenta o disminuye mediante la observación empírica.
La gente suele estar dispuesta a admitir que la ciencia nos ha traído grandes avances como la medicina, los viajes de larga distancia y los ordenadores personales, pero están menos dispuestos a aceptar que se inmiscuya en parcelas tan humanas como la personalidad, el sentido que le damos a la vida o el amor. Tampoco estamos dispuestos a escuchar que la ciencia tiene mucho que decir en nuestros valores morales. Si bien los conocimientos científicos no dictan los valores, no hay duda de que restringen sus posibilidades.
Dado que la política y el periodismo son fundamentalmente ajenos a la mentalidad científica, las preguntas importantes que se plantea la gente de la calle, se responden con métodos proclives al error, tales como las anécdotas, los titulares, la retórica y la opinión del intelectual de turno.
Uno de los conocimientos de mayor trascendencia que nos ha regalado la psicología moderna es que la intuición falla y mucho. El problema es que a menudo las personas que toman las decisiones no tienen formación científica y usan anécdotas y experiencias personales para llevar a cabo estrategias y políticas que afectarán a millones de personas. Por ello es necesario hacerle justicia a la ciencia y ponerla en el lugar que merece.
Pero la ciencia no basta para traer el progreso. La ciencia es un instrumento que puede usarse para el bien o para el mal. El descubrimiento de la fisión nuclear en los años 40 se utilizó para matar a cientos de miles de personas en Japón y para generar electricidad barata y eficiente en ese mismo país a partir de los años 70. Para orientar el potencial infinito de la ciencia necesitamos al humanismo.
El Humanismo
El objetivo del humanismo es maximizar la prosperidad y el florecimiento humano. La vida, la salud, la felicidad, la libertad, el conocimiento, el amor, la riqueza de la experiencia; todo ello es humanismo.
Es el humanismo el que identifica lo que deberíamos tratar de lograr con nuestro conocimiento que a su vez hemos conseguido a través de la razón y la ciencia.
Pueden encontrarse ingredientes del humanismo en sistemas de creencias que se remontan a la época clásica, pero pasaron a primer plano durante la Era de la Razón y la Ilustración, desembocando en las declaraciones de derechos de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, y resurgieron con fuerza tras la Segunda Guerra Mundial, inspirando las Naciones Unidas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y otras instituciones de cooperación mundial.
Uno de los pilares del humanismo es la imparcialidad moral. La imparcialidad procede del principio lógico de que A=A. Osea, de que Manolo y María son iguales en lo esencial y por lo tanto su vida, bienestar e intereses deben ser tenidos en cuenta en la misma medida. Esta idea podemos verla en diferentes formas en el velo de ignorancia de Rawls, la verdad evidente de que todas las personas han sido creadas iguales de Thomas Jefferson, y, por supuesto, en la Regla de Oro.
El otro pilar es el vínculo indisoluble entre bienestar y moral. Las experiencias placenteras permitieron a nuestros antepasados sobrevivir y tener hijos y las dolorosas los condujeron a un callejón sin salida. Eso significa que el alimento, la comodidad, la curiosidad, la belleza, la estimulación, el amor, el sexo y la camaradería no son satisfacciones superficiales ni distracciones hedonistas, sino que son eslabones de la cadena causal que permitió que tú y yo estemos aquí en estos momentos.
Por ello, la búsqueda de la paz y la seguridad es el objetivo primordial del humanismo. Todos somos vulnerables a la violencia y podemos disfrutar de una gran ventaja si acordamos abstenernos de ella.
El humanismo es esencialmente utilitarista. El utilitarismo es una filosofía moral que promulga que un acto es mejor cuanta más felicidad otorgue al mayor número de personas. El papel de los pensadores utilitaristas fue clave en la transición hacia el humanismo. Ellos fueron los que levantaron la mano contra las injusticias perpetradas durante milenios contra esclavos, mujeres y animales. Además, el utilitarismo tiene la ventaja de que es una filosofía que todos podemos comprender. Instintivamente sabemos que está mal hacerle daño a alguien, y que si dos personas hacen algo en la intimidad que no nos hace ningún daño, no hay nada de malo en ello.
Como suele suceder, la idea de que la moral consiste en maximizar el florecimiento humano ha chocado con dos alternativas seductoras.
La primera es la moral teísta: la idea de que la moral consiste en obedecer los dictados de una divinidad.
La segunda es el heroísmo romántico: la idea de que la moral consiste en la pureza, la autenticidad y la grandeza de un individuo o de una nación. Aunque el heroísmo romántico se formuló por primera vez en el siglo XIX, puede hallarse en una familia de recientes movimientos influyentes, entre los que figuran los populismos autoritarios, los neorreaccionarios y la derecha alternativa de USA (la alt-right).
El progreso
El progreso no ocurre por casualidad. Existen causas evidentes que todo el mundo debería conocer. El desdén que muchos demuestran hacia la ciencia, la razón, el humanismo y el progreso es una señal de peligro que no podemos obviar. La inercia del progreso puede ser suficiente durante un tiempo, pero sin un impulso constante, se acabará parando.
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