Hola, soy Samuel Gil.
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La edición de esta semana corre a cargo de Álex Fuenmayor, el creador de Innovation by Default, una newsletter sobre últimas tendencias tecnológicas, patrones de innovación y negocios, así como su impacto en la vida diaria. Álex dirige además el podcast Código Abierto, en el que charla con referentes del mundo tech, debatiendo ideas y proyectos que van desde la IA o el cloud, hasta los retos regulatorios y de innovación que enfrentan las empresas hoy en día.
En el artículo de hoy, Álex nos invita a contemplar la innovación como un fenómeno cíclico: analiza sus fases, desentraña las palancas que impulsan hubs como Silicon Valley y subraya la importancia de mantener siempre presente el factor humano y la creatividad en el avance tecnológico.
Antes de dejaros con el artículo de Álex, si os apetece saber cómo fue mi primera experiencia en HYROX Dobles, os invito a leer el artículo que escribí el jueves en Hybrid Stuff.
Esta edición de Suma Positiva ha sido patrocinada por:
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La innovación antes del Valle del Silicio
Te propongo un juego: a continuación, te daré una palabra y tendrás que decirme un lugar en el globo terráqueo tan rápido como puedas.
Empezamos: Máquina de vapor, teléfono, imprenta, cine e Internet.
Seguramente, tu respuesta haya sido algo así: Inglaterra, Nueva York, Alemania, Hollywood, Silicon Valley.
De este pequeño juega hay algo que sin duda podemos concluir. Si hay algo que los anglosajones (luteranos) hacen bien es el marketing y la creación de historias que calan a nivel global. Un claro ejemplo de esto es cómo industrias como la tecnológica y la cinematográfica han crecido en torno a dos polos clave: Silicon Valley y Hollywood.
Esto nos lleva a preguntarnos qué hace que ciertos lugares del mundo concentren tanto talento, capital, innovación y creatividad por metro cuadrado. Especialmente en el ámbito tecnológico, nos invita a reflexionar sobre la cuestión que nos reúne hoy: ¿existía la innovación tecnológica antes de Silicon Valley?
El Mito de Silicon Valley: Desmitificando los Orígenes de los Hubs de Innovación
La imagen del garaje de Palo Alto, como un pequeño cobertizo usado como cochera, se ha convertido en un ícono cultural del siglo XX.
Si consultamos diferentes fuentes, muchos autores no dudan en donde se originó lo que hoy conocemos como Silicon Valley. Años 1939, William Hewlett y David Packard desarrollaron su primer oscilador de audio, sentando las bases de HP y encapsulando el mito fundacional de Silicon Valley: dos emprendedores, un espacio modesto y una idea revolucionaria.
Esta narrativa, repetida en diferentes artículos, libros o series como Silicon Valley y biografías de Steve Jobs, ha cristalizado la idea de que la innovación tecnológica y Silicon Valley son un binomio inseparable. Sin embargo, nuestro objetivo hoy es dar respuesta a esta pregunta incómoda: ¿fue realmente Silicon Valley el primer gran hub de innovación, o simplemente el más mediático?
La narrativa alrededor del mito de Silicon Valley es inagotable: la primera de ellas es la del creador visionario, o frases que han pasado al imaginario colectivo del mundo de las startups como “move fast and break things” o “fake it until you make it”.
Pero lo que muchos parecen querer obviar intencionadamente son algunos de los factores que convirtieron a Silicon Valley en el motor de la innovación en las últimas décadas: la cercanía a centros de investigación y talento como las universidades de Stanford y Berkeley, los subsidios gubernamentales durante la Guerra Fría, la inversión militar en semiconductores y una cultura universitaria que premiaba la aplicación práctica del conocimiento. Así como la regulación adecuada en materia de inmigración para la atracción del talento global, como por ejemplo la Hart-Celler Act (Ley de Inmigración de 1965), que eliminó las cuotas nacionales basadas en la fórmula de orígenes nacionales, permitiendo un aumento significativo en la inmigración de científicos e ingenieros de países asiáticos como India y China.
Este conjunto de elementos permitió que el Valle prosperara gracias a un equilibrio perfecto entre inversión, talento e impulso tecnológico, generando un círculo virtuoso de innovación.
Paradójicamente, hemos visto que los intentos de replicar Silicon Valley han fracasado en mayor o menor medida, o al menos no han superado la popularidad y relevancia para la industria tecnológica del Valle.
Cómo dice el refranero español, “las comparaciones son odiosas” y es que no se puede ignorar que el contexto histórico del valle es irrepetible: posguerra, Guerra Fría, y una regulación laxa en privacidad y competencia, hacen que caigamos en la trampa de comparar momentos que son incomparables.
Como señala Dan Breznitz, innovar no es inventar, sino mejorar procesos existentes en toda la cadena de valor.
Tel Aviv, por ejemplo, triunfó en el vertical de la ciberseguridad no copiando el modelo del Valle, sino creando el suyo propio integrando su experiencia militar con el ecosistema necesario de ayudas para la creación de startups en este vertical.
Pero no adelantemos acontecimientos, al contrario, retrocedamos un poco en el tiempo para entender donde sucedió la innovación antes del valle del silicio.
Innovación Pre-Silicon Valley
Siglos antes de la invención de los circuitos integrados, la Alejandría del siglo III a.C. operaba como un hub multidisciplinar. Su biblioteca, con 700.000 manuscritos, atraía a eruditos como Arquímedes y Euclides, quienes combinaban matemáticas, ingeniería y filosofía. El faro de Alejandría, una maravilla tecnológica de su época, surgió de esta simbiosis entre financiación estatal (los Ptolomeos), talento migrante y una misión compartida: dominar el conocimiento universal.
Avanzando hasta el Renacimiento, la Florencia de los Médici ejemplificó cómo el mecenazgo estructurado puede catalizar la creatividad. Brunelleschi, al diseñar la cúpula de Santa María del Fiore, no solo resolvió un problema arquitectónico: su uso de grúas innovadoras y técnicas de perspectiva lineal reflejó un ecosistema donde artistas, banqueros y artesanos colaboraban. Los talleres (botteghe) funcionaban como incubadoras: Leonardo da Vinci aprendió allí escultura, mientras que Miguel Ángel estudiaba anatomía en hospitales patrocinados por los mecenas de la época.
La Revolución Industrial nos brindó otro modelo de innovación: el Manchester industrial del siglo XVIII. La proximidad de minas de carbón, canales navegables y una incipiente clase mercantil creó un caldo de cultivo para innovaciones textiles. Richard Arkwright, aunque menos célebre que Jobs, diseñó el marco hidráulico en este contexto, aprovechando inversiones de comerciantes algodoneros y una mano de obra especializada migrante.
La Inglaterra post-Revolución Industrial estableció condiciones únicas para la innovación, muchas de ellas aún vigentes en el marco actual de nuestra sociedad: seguridad jurídica, derechos de propiedad y un sistema de patentes robusto. James Watt, al patentar su máquina de vapor en 1769, no solo revolucionó la industria, sino que institucionalizó la protección de la propiedad intelectual.
El economista Joseph Schumpeter luego teorizaría este proceso al que llamó “destrucción creativa” en su libro Capitalismo, Socialismo y Democracia. Pero Inglaterra ya lo practicaba varias décadas antes: hoy en día la patente de una invención no garantiza el éxito (el 97% de las patentes fracasan), pero en su momento el sistema permitió iteraciones rápidas sin estigmatizar el fracaso. Este enfoque anticipó la cultura de fail fast de Silicon Valley.
Revisando estos casos de éxito anteriores al actual del Valle del Silicio podemos encontrar un patrón recurrente: la innovación florece donde coinciden concentración de conocimiento, flujos de capital y talento y una cultura que tolera el riesgo... no en lugares aislados o cómo chispas individuales de creatividad.
"La innovación florece donde coinciden concentración de conocimiento, flujos de capital y talento y una cultura que tolera el riesgo.”
Yo soy tu padre
Cuando pensamos en innovación tecnológica, la imagen de Silicon Valley con sus startups y gigantes tecnológicos como Google, Apple y Microsoft nos viene inmediatamente a la mente. Sin embargo, mucho antes de que este ecosistema tomara forma, existió un lugar donde la innovación no solo era una prioridad, sino una forma de vida: los Bell Labs.
Fundado en 1925 por AT&T, Bell Telephone Laboratories fue la primera gran incubadora de innovación tecnológica del siglo XX. Desde la invención del transistor hasta los fundamentos de la teoría de la información, pasando por las primeras redes móviles y satélites de comunicación, los Bell Labs sentaron las bases de la revolución digital. Sin su legado, es difícil imaginar el auge de Silicon Valley o el desarrollo de la tecnología tal como la conocemos hoy.
El Origen de Bell Labs: Ciencia al Servicio de las Telecomunicaciones
Bell Labs nació de la necesidad de AT&T de mantener su liderazgo en el naciente sector de las telecomunicaciones. Con el vencimiento de la patente del teléfono de Alexander Graham Bell en 1893, la competencia creció rápidamente, y AT&T entendió que la única manera de diferenciarse era mediante la innovación constante. Así, en 1925, creó Bell Labs como un centro de investigación que no solo mejorara el servicio de telefonía, sino que explorara nuevos caminos en la comunicación más allá del establecido por su fundador.
Desde sus inicios, los Bell Labs adoptarón un enfoque interdisciplinario, reuniendo a físicos, ingenieros, matemáticos y químicos para resolver problemas tecnológicos. Esta filosofía, que fomentaba la libre colaboración entre distintas disciplinas, fue clave para los avances que lograrían en las siguientes décadas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los Bell Labs centraron gran parte de sus esfuerzos en desarrollar tecnología militar, patrón que luego replicaría Silicon Valley. Su mayor contribución en este periodo fue el radar, una herramienta clave para detectar aviones y submarinos enemigos. Los científicos de los Bell Labs colaboraron con la Universidad de Columbia en la investigación sobre el enriquecimiento de uranio, un paso fundamental en la producción de materiales nucleares tanto para reactores como para armas atómicas. Su trabajo incluyó el desarrollo de materiales para la separación de isótopos de uranio mediante difusión gaseosa, una tecnología clave en el avance de la energía nuclear y la fabricación de bombas atómicas.
Sin embargo, su legado más importante llegó en 1947 con la invención del transistor. Este pequeño dispositivo, creado por Walter Brattain, John Bardeen y William Shockley (este último clave en el posterior desarrollo de Silicon Valley), permitió amplificar y controlar señales eléctricas de manera eficiente y confiable. Si bien al principio su impacto no fue comprendido, pronto se convirtió en la base de todos los dispositivos electrónicos modernos, desde computadoras hasta teléfonos móviles y satélites.
Poco después, en 1948, también bajo el paraguas de los Bell Labs, el matemático Claude Shannon desarrolló la teoría de la información, revolucionando nuestra comprensión de la transmisión de datos. Shannon propuso que toda comunicación podía reducirse a bits, representados por unos y ceros, lo que permitió la digitalización de la información y sentó las bases para la era digital de la que ahora disfrutamos.
Sin embargo, afortunadamente para todos nosotros, el impacto de Bell Labs no se detuvo en el mundo de la electrónica y la informática. En los años 50, sus científicos fueron fundamentales en el desarrollo de la tecnología satelital, con la creación del Echo 1, el primer satélite de comunicaciones lanzado en 1960. Para hacerlo funcional, los Bell Labs tuvieron que resolver un problema clave: la energía. Así, en un descubrimiento colateral, los investigadores Calvin Fuller y Gerald Pearson lograron desarrollar la primera célula solar de silicio funcional, dando origen a la energía solar moderna. Estos avances permitieron la creación de redes de comunicación globales y allanaron el camino para la telefonía móvil y el internet que conocemos hoy en día.
Avanzando unos cuantos años más, en está fructífera historia de invenciones y teorías, que todos los que hemos estudiado teleco hemos sufrido en nuestras carnes, llegamos a los años 60, donde los investigadores de los Bell Labs comenzaron a trabajar en la idea de la telefonía móvil. Esta innovación incremental, de su hermano pequeño el desarrollado por Graham Bell, se enfrentaban a dos problemas: la escasez de frecuencias disponibles y la dificultad de mantener una llamada en movimiento sin perder la conexión. En 1970, el ingeniero Amos Joel resolvió estos desafíos, sentando las bases para la tecnología celular moderna y resolviendo el traspaso de la llamadas gracias al handover.
Ese mismo año, otro equipo de Bell Labs creó uno de los desarrollos más influyentes en la historia del software: el sistema operativo UNIX. Este sistema, desarrollado por Ken Thompson y Dennis Ritchie, fue diseñado para ser modular, flexible y capaz de ejecutarse en diferentes tipos de computadoras. Con el tiempo, UNIX se convirtió en la base de muchos sistemas operativos modernos, incluidos Linux, el sistema operativo de código abierto que mueve la nube, y macOS.
Pero no todo fue un camino de rosas en la larga vida de los laboratorios Bell. A pesar de sus enormes éxitos, los Bell Labs también tuvieron fracasos. Uno de los más notables fue el Picturephone, una especie de videollamada adelantada a su tiempo. Lanzado en 1970, no tuvo éxito porque los consumidores aún preferían la privacidad de una llamada de voz.
Sin embargo, en los Bell Labs los errores se veían como parte del proceso de innovación. Su cultura permitía experimentar sin la presión inmediata del éxito comercial, algo que diferenció a este laboratorio de las empresas tecnológicas actuales, más enfocadas en la rentabilidad inmediata.
El declive de Bell Labs y la llegada de Silicon Valley
El modelo de Bell Labs dependía en gran medida de la caja que fue capaz de atesorar el monopolio de AT&T, que financiaba sus investigaciones con la tranquilidad de disponer de un gigantesco mercado cautivo. Sin embargo, en 1984, el gobierno de EE.UU. forzó la fragmentación de AT&T para fomentar la competencia en el sector telefónico (en las famosas Baby Bells). Esto redujo la financiación de los Bell Labs, lo que les llevó a hacer recortes y a reducir la investigación básica.
A pesar de algunos logros posteriores, como el descubrimiento del efecto Hall cuántico fraccional, la falta de recursos y la competencia creciente hicieron insostenible el modelo de Bell Labs. En 2006, el icónico laboratorio cerró definitivamente.
Aunque los Bell Labs ya no existen, fueron renombrados como Lucent Technologies y absorbidos posteriormente bajo la marca de Alcatel-Lucent. Su impacto sigue vivo en cada dispositivo que usamos. Su modelo de innovación basada en la colaboración interdisciplinaria y la exploración sin restricciones sigue siendo difícil de replicar.
Quién sabe, quizá esta newsletter no existiría hoy en día, porque ni internet ni la economía digital habrían sido creados sin los descubrimientos y la ciencia básica desarrollada gracias a los laboratorios Bell.
Si bien empresas como Google, Apple y Microsoft invierten en I+D, su enfoque está más ligado al desarrollo de productos comerciales que a la pura investigación o ciencia básica. Silicon Valley ha perfeccionado el arte de transformar ideas en negocios, pero pocas compañías han replicado el ecosistema de innovación pura que existió en Bell Labs.
En muchos sentidos, Bell Labs no solo mostró el camino, sino que definió lo que significa innovar a gran escala.
Silicon Valley puede ser el símbolo de la tecnología hoy, pero su verdadero origen se encuentra en un laboratorio donde la curiosidad y la ciencia eran la máxima prioridad.
Fuentes:
https://novitoll.com/posts/2025-1-25/100_years_of_Bell_Labs.pdf
https://www.nature.com/articles/s42254-022-00426-6
https://westviewnews.org/2013/08/01/bell-labs-the-war-years/gcapsis/
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Para conocer mejor el nacimiento de Silicon Valley creo que ayuda mucho este artículo: https://stratechery.com/2024/a-chance-to-build/
El contexto es más determinante que cualquier texto. Una vez más.