Hola, soy @samuelgil, Partner en JME Ventures.
Bienvenido a mi newsletter semanal, un lugar donde nos reunimos aquellos que creemos que la tecnología transforma juegos de suma cero en juegos de Suma Positiva.
La teoría de juegos es la base moderna para el estudio de nuestras decisiones. Trata los desafíos que plantean las condiciones cambiantes, la información oculta, el azar y las múltiples personas involucradas en la decisión, que pueden competir o cooperar.
A diferencia del ajedrez donde todas las piezas son visibles en todo momento y siempre hay un movimiento teóricamente óptimo (aunque extremadamente difícil de computar), el póker es un juego de información incompleta y de toma de decisiones bajo incertidumbre. Hay información valiosa que permanece oculta (las cartas de los rivales) y en los resultados hay una componente de azar (las cartas que van saliendo a la mesa y que están a la vista de todos los jugadores). Puedes tomar la mejor decisión en cada momento y aún así perder, o puedes tomar decisiones nefastas y aún así ganar por pura suerte. Una vez que el juego termina y quieres aprender del resultado, es difícil distinguir entre la calidad de tus decisiones y la influencia del azar. Como la vida misma.
Si el póker es un laboratorio óptimo para aprender a tomar decisiones en otros ámbitos de la vida,
¿Qué puede enseñarnos una jugadora profesional sobre ello?
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Pensando en apuestas
Annie Duke, jugadora profesional de póker y autora del libro “Thinking in Bets”, nos invita pensar en nuestras decisiones como apuestas. De esta forma seremos capaces de tomar mejores decisiones. Y tomar mejores decisiones es uno de los dos factores junto con la suerte que determinarán lo que seremos capaces de conseguir en la vida. Aprender a reconocer la diferencia entre estos dos factores es justamente de lo que se trata al pensar en apuestas.
Empecemos con un experimento:
Piensa en tu mejor y peor decisión del año pasado.
Estoy seguro de que la que has identificado como mejor decisión estuvo ligada a un buen resultado y la que has pensado como peor decisión estuvo ligada a un resultado malo.
Adivinar lo que has pensado era fácil porque el resultadismo—el error consistente en equiparar el resultado de una decisión con su calidad—es algo que todos hacemos continuamente.
Además, el resultadismo suele venir de la mano del sesgo retrospectivo, la tendencia a ver algo como inevitable una vez ha sucedido en lugar de lo que en realidad es: una realización puntual entre muchas otras posibles. Es el clásico “ya sabía yo que esto iba a pasar” o “debía haberlo visto venir”.
Nadie en su sano juicio piensa que conducir borracho sea una buena decisión a pesar de que haya llegado vivo a casa. Sin embargo, en otros contextos, dejamos que un resultado (des)afortunado nos haga cambiar cómo tomamos decisiones, sin analizar la calidad del proceso, que es lo único bajo nuestro control.
Nuestros cerebros evolucionaron para crear orden y certeza. Nos sentimos incómodos con que el azar juegue un papel significativo en nuestras vidas.
El cerebro de nuestros ancestros se cableó para vincular un ruido en un arbusto con la presencia de un depredador, no para pararse a sopesar la posibilidad de la presencia de un depredador, entre otros escenarios. No era la sabana lugar para pensadores. De ahí que seamos más propensos a cometer errores de tipo I (falsos positivos - predecir león cuando es viento) que errores de tipo II (falsos negativos - predecir viento cuando es león).
El reto no es intentar cambiar el modo en el que nuestros cerebros operan—lo que sería tarea imposible—, sino en descubrir cómo podemos trabajar mejor dentro de la limitaciones que nos ciñen. Ser conscientes de nuestro comportamiento irracional y querer cambiarlo no es suficiente, de la misma forma que saber que las dos líneas de abajo son exactamente igual de largas no impide que veamos más larga la de abajo.
Lo que sí podemos hacer es buscar alternativas prácticas como ir por la vida con una regla de medir y saber en qué ocasiones usarla.
Sentirnos cómodos con la frase “no estoy seguro” es el paso crucial para convertirnos en una persona que toma buenas decisiones.
Tanto los buenos jugadores de póker como las personas que toman buenas decisiones tienen en común que ambos están cómodos en un mundo incierto e impredecible, en el que casi nunca sabrán exactamente cómo van a suceder las cosas. Aceptan esa incertidumbre y, en lugar de concentrarse en estar seguros, intentan descubrir cuán seguros están de algo, estimando lo mejor que pueden las probabilidades de que ciertos resultados sucedan. La precisión de tales estimaciones dependerá de la información tengan y de lo experimentados que sean al realizar estimaciones.
Cuando pensamos por adelantado en las probabilidades de los diferentes resultados y tomamos una decisión basada en esas probabilidades nos protegemos frente al pensamiento de que estábamos equivocados si las cosas no salen como esperábamos. Solo quiere decir que uno de los futuros posibles tuvo lugar.
Tomar buenas decisiones no significa que vayamos a acertar siempre, ni mucho menos. El póker nos da una lección al respecto. Un jugador muy superior al resto y que tome significativamente mejores decisiones que sus rivales, al final de ocho horas de juego, terminará perdiendo más del 40% de las veces. Es una gran cantidad de equivocaciones y esto no se limita sólo al póker. El mundo en general es un lugar bastante impredecible. La influencia del azar hace que sea imposible precedir qué pasará y toda la información oculta para nosotros complica la cosas aún más. No seamos resultadistas y no cofundamos resultado con calidad de la decisión. Emocionalmente será difícil, porque como nos enseñaron Kahneman y Tversky, necesitamos el doble de aciertos para compensar una equivocación.
Cada decisión que tomamos en nuestras vidas depende de nuestras creencias. De ahí que un requisito para tomar cada vez mejores decisiones sea aprender a ser mejores calibradores de nuestras creencias. Nuestro objetivo es emplear la experiencia y la información para ir modificándolas de la manera más objetiva posible para que así representen con mayor precisión el mundo.
Así es como pensamos que formamos creencias abstractas:
Escuchamos algo
Lo pensamos e investigamos, determinamos si es verdadero o falso, y sólo después de eso…
Formamos una creencia
Sin embargo, esta es la realidad:
Escuchamos algo
Creemos que es verdad
Sólo a veces, más adelante, si tenemos el tiempo y las ganas, lo pensamos y lo investigamos y determinamos si es verdadero o falso
Las personas somos criaturas crédulas a las que se les hace fácil creer y muy difícil dudar.
Como sucede con muchas de nuestras irracionalidades, el trayecto evolutivo hacia la eficiencia, no hacia la precisión, es lo que ha moldeado nuestra manera de formar creencias.
Antes de que tuviéramos lenguaje, nuestros ancestros sólo podían formar creencias a partir de lo que experimentaban sus sentidos en contacto con el mundo físico que los rodeaba y era razonable pensar que sus sentidos no les engañaban. Por un lado, si vemos un árbol enfrente, sería un desperdicio de energía cognitiva plantearnos si el árbol existe de verdad. Pero es que, además, como decíamos antes, el cuestionarnos si el león que creemos acabar de ver es real o no podría hacernos terminar con nuestros huesos dentro de sus fauces. Como ya vimos, los errores de tipo I (falsos positivos) son mucho menos costosos que los de tipo II (falsos negativos) cuando hablamos de supervivencia.
Con el desarrollo del lenguaje adquirimos la habilidad de formar creencias acerca de cosas que no experimentábamos por nosotros mismos. Y bien es sabido que “la naturaleza no empieza de cero”, así que acabamos creyéndonos por defecto cualquier cosa que escuchamos por ahí, como si la hubiéramos visto con nuestros propios ojos.
Formamos nuestras creencias sin haberlas investigado y nos aferramos a ellas como si nuestra vida dependiese de ello, como efectivamente ocurría originalmente, a pesar de haber recibido información clara que las contradice.
La búsqueda de la verdad, el deseo de conocerla sin importarnos si ésta se alinea con nuestras creencias, es incompatible con nuestra forma de procesar la información. En lugar de alterar nuestras creencias para que se ajusten a la nueva información, lo que hacemos es alterar nuestra interpretación de la información para que se ajuste a nuestras creencias.
Una vez que se fija una creencia es como si cobrase vida propia y fuese muy difícil eliminarla. Nos lleva a buscar evidencia que la confirme—sin desafiar su validez—y a ignorar o desacreditar la información que la contradice. A este patrón de procesamiento de información se le conoce como razonamiento motivado.
El mecanismo de protección de nuestro ego hace que sólo queramos tener una buena imagen de nosotros mismos y creer que la narrativa de nuestra vida es positiva. Estar equivocados no cabe en esa narrativa. ¿Qué ocurre si pensamos que nuestras creencias son 100% ciertas o 100% equivocadas? Que preferiremos descartar cualquier información contradictoria antes que admitir que estamos equivocados. ¿Crees que ser inteligente te vacuna contra este problema? Todo lo contrario. Cuanto más inteligente seas, más habilidoso serás para mentirte a ti mismo. Todos tenemos un punto ciego a la hora de reconocer nuestros propios prejuicios. Sin embargo, se nos da bastante bien reconocer los razonamientos sesgados de los demás. De ahí la importancia de rodearse de las personas adecuadas y de generar las dinámicas correctas a la hora de buscar la verdad en grupo.
Si decidimos en base a nuestras creencias, no verificamos esas creencias antes de formarlas, nos empeñamos en no actualizarlas ni a tiros y el ser más inteligentes no sólo no ayuda sino que lo empeora. Entonces, ¿qué narices podemos hacer?
La respuesta está en el título del libro: PENSAR EN APUESTAS.
Cuando alguien nos pregunta si estamos dispuestos a apostar dinero en algo es mucho más probable que examinaemos la información de manera mucho menos sesgada, que seamos más honestos con nosotros mismos acerca de lo seguros que estamos de nuestras creencias, y que seamos más abiertos para actualizar y calibrar nuestras creencias. Nos haremos preguntas del estilo:
¿Cómo es que sé esto?
¿De dónde obtuve esa información?
¿Cuál es la calidad de esta fuente?
¿Está al día mi información?
¿De qué otras cosas similares a esta he estado convencido y resultaron no ser ciertas?
¿Cuáles son las otras alternativas posibles?
¿Qué sé de la persona que está desafiando mi creencia?
¿Qué puede saber él que yo no sé?
¿Cuál es su nivel de experiencia?
¿Qué me estoy perdiendo?
Cuanto más nos demos cuenta que decidir no es otra cosa que apostar de acuerdo a nuestras creencias (con cosas como nuestra felicidad, atención, salud, dinero, tiempo u otro recurso limitado en juego), más probable será que atemperemos nuestras aseveraciones y que nos acerquemos más a la verdad al reconocer el riesgo inherente en lo que creemos.
Esto no quiere decir que vayamos por ahí lanzando apuestas continuamente ni que esperemos que los demás hagan lo mismo con nosotros. Se trata de entrenarnos a mirar el mundo a través de los ojos del “¿qué te apuestas?”.
Obligarnos a expresar qué tan seguros estamos de nuestras creencias trae al frente la naturaleza probabilística de esas creencias y la evidencia de que casi nunca creemos algo al 100% o al 0%.
Cuando calibramos nuestras creencias nos volvemos menos críticos con nosotros mismos. Nuestra narrativa personal no está basada en si estamos en lo cierto o si estamos equivocados, sino en cómo somos de buenos incorporando nueva información y experiencias al calibrado de la certeza de nuestras creencias.
Detrás de todo cambio de hábitos exitoso hay un cambio de identidad. Así, que ¿qué tal si tu identidad no está basada en intentar tener la razón siempre sino en ser una persona que actualiza continuamente la certeza de sus creencias y gracias a ello toma mejores decisiones y por ende tiene más éxito en la vida?
Gracias por leer Suma Positiva.
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Sin duda los bulos desaparecerían si perdiéramos dinero cada vez que divulgamos uno. Pecamos de ingenuidad en unas ocasiones y de soberbia en otras. Por eso cada vez valoro más a la gente que 1) Contrasta la información antes de darla por buena y 2) Razona con argumentos en lugar de descalificar al que piensa diferente.
Es terrible: Cuando por fin estamos preparados para actuar es cuando ya somos viejos y cuando tenemos que decidir las cuestiones básicas de nuestra vida somos demasiado jóvenes e inexpertos. Efectivamente, la única buena educación que deberíamos recibir de niños es la que nos estimulase el dudar de todo. Sin embargo, veríamos que rápidamente surgiría el primer escollo: papá nos obligará a decidir sobre nuestro futuro y antes de los veinte años tendremos que decidir qué carrera estudiar. Después vendrá lo de formar una familia y esto implicará buscar necesariamente una seguridad. Se acabó la aventura. Se acabó el tiempo de dudar. Dudar solo será el privilegio de unos pocos o un ejercicio meramente intelectual. (De todas formas, qué duda cabe que la mejor actitud es la quien se toma la vida como un juego).