Soy @samuelgil, Partner en JME Ventures.
Esta es mi newsletter semanal, un lugar donde nos reunimos aquellos que creemos que la tecnología transforma juegos de suma cero en juegos de Suma Positiva.
¿Cómo es posible que un personaje tan caricaturesco como Trump haya estado a punto de volver a ganar las elecciones americanas? ¿Cómo es posible que el voto a Trump de minorías haya aumentado notablemente, a pesar de que el discurso de Trump arremeta fuertemente contra ellos?
La explicación más interesante de cuantas he leído es sin duda la de Alex Danco, quien vincula de forma absolutamente brillante y original el auge del movimiento ‘Make America Great Again’ a la teoría del deseo mimético del historiador y filósofo René Girard.
Danco inauguró su blog hace dos años hablando de Girard. Yo inauguré Suma Positiva hace algo más de un año hablando de él también, en aquella ocasión como una de las principales referencias de Peter Thiel. Una bonita coincidencia que hoy celebro con esta adaptación del último post de Alex.
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Dubidu, quiero ser como tú
“It is not greed that drives the world, but envy.” — Warren Buffett
Los niños aprenden por imitación. Es el mecanismo que la evolución ha considerado más eficaz para que podamos empezar a desenvolvernos y a comprender lo antes posible un mundo al que llegamos sin saber apenas nada.
Desde el primer año de vida, los niños quieren en todo momento tener lo que tú tienes y hacer lo que tú haces. En realidad, este mecanismo innato de imitación es bastante más profundo que querer un objeto o repetir un movimiento. Lo que realmente quieren es ser como tú.
A nivel neurológico, cada vez que imitamos a alguien, nuestras neuronas espejo se activan, y lo hacen más intensamente cuanto más nos importa la persona a la que imitamos. Esos circuitos neuronales conforman los hábitos que marcan quiénes somos como personas. Aún cuando nuestros modelos a seguir no están presentes, los comportamientos que hemos aprendido de ellos persisten.
A medida que crecemos es más de lo mismo. No deseamos tener o hacer lo que hacen otros. Deseamos ser como esos otros, en concreto, como las personas a las que más admiramos. Girard llama a estas personas los ‘mediadores’ o los ‘modelos’ de nuestro deseo. Los publicistas lo entienden perfectamente: no quieres fumar Marlboro; quieres ser el hombre Marlboro.
Cuando los niños van colegio, sus compañeros se convierten en sus nuevos modelos a seguir. Los niños se dan cuenta rápidamente de si son aceptados o no y modifican sus personalidades para encajar en el grupo al que aspiran a pertenecer. Los adultos somos iguales, sólo que lo disimulamos mejor.
La fuerza que nos impulsa a la imitación no es sólo la alegría o el placer que sentimos cuando lo hacemos bien, sino también la vergüenza y la culpabilidad que sentimos cuando nos gusta algo que no debiera gustarnos o cuando nos comportamos como no debiéramos hacerlo de acuerdo a nuestros modelos.
Formar parte del nuevo grupo exige muchas veces sacrificios, como hacer cosas explícitamente prohibidas por tus padres, tus modelos a seguir originales. Ya se sabe que no se puede satisfacer a todo el mundo. Debido a está contradicción interior, la culpa se nos acumula. A medida que la culpa crece, se convierte en ira, a la que damos salida de varias formas: hacia fuera, contra cualquier cosa que creamos que se antepone entre nosotros y nuestros objetivos; hacia dentro, contra nosotros mismos, por haber fallado a las—a menudo contradictorias—aspiraciones de nuestros modelos a seguir. Los adolescentes viven atrapados en este tipo de situaciones.
Por si lo anterior fuese poco, nos damos cuenta de que cuanto más nos esforzamos en ser como nuestros modelos, más claro nos queda que no lo somos, lo cual también nos genera frustración e ira. De hecho, cuanto más lo intentamos, más patente quedará que en realidad no somos más que unos impostores, unos aspirantes. Estamos atrapados en una situación en la que todo esfuerzo extra es contraproducente, lo que retroalimenta el deseo original: “nunca serás como ellos”. A este círculo vicioso lo conocemos por el nombre de envidia y, según algunos como Warren Buffett, es el verdadero motor del mundo.
No nos peleamos porque somos diferentes. Nos peleamos porque somos iguales.
No todos los modelos a seguir son iguales.
Aquellos que consideras que están a tú nivel, tus pares, te afectan de forma muy diferente a cómo lo hacen los que consideras que están a otro nivel.
Con tus pares—a los que Girard denomina mediadores internos—te comparas continuamente. Los ves todos los días y querrías ser como ellos. Imitarlos te lleva inevitablemente al fracaso, porque cuanto más lo haces, más te frustras y más se te nota, lo cual empeora aún más las cosas.
Con los mediadores externos—personas a las que admiras y que no son tus pares—tienes una relación mucho más sana. Pueden ser personajes populares, un presidente, un artista, un rey o incluso un dios. Da igual, lo importante es que no te comparas con ellos porque los consideras de otra liga.
Cuando nuestros modelos a seguir están lejos, los elogiamos continuamente y nos comparamos con ellos siempre que sea posible. Pero, cuando nuestro modelo es alguien cercano—un compañero, vecino o familiar—, hacemos lo contrario. Tratamos de ocultar el hecho de que son origen nuestra admiración y celos, mientras seguimos imitándolos. Cuanto más los imitamos, más intentamos ocultar nuestros sentimientos, y lo que comenzó siendo un sentimiento de admiración se torna en uno de envidia. Comenzamos a intentar sabotearlos, tanto en público como en privado.
Mientras que los mediadores externos te inspiran desde la distancia, los mediadores internos te atormentan desde la cercanía.
“The battles were so fierce because the stakes were so small.” — Henry Kissinger
La cosa se pone aún más interesante cuando la envidia y la frustración mimética hacia un par es recíproca, lo cual es bastante habitual, ya que la admiración suele ser también recíproca, al menos inicialmente.
Tenemos la idea simplista de que en un conflicto, cuanto más importante es aquello que está en juego, más cruenta será la lucha. Sin embargo, en el conflicto humano, muchas veces ocurre exactamente lo contrario: cuanto más insignificante la razón por la que peleamos, más carne ponemos en el asador.
Con tal de no revelar que estamos luchando únicamente por ego, construiremos un elaborado relato y daremos mucha importancia a aquello por lo que nos estamos peleando, para así legitimar el conflicto y enmascarar cuán insignificante es en verdad todo.
Si ambas partes sienten la misma inseguridad y se sienten obligadas a darle más y más importancia a este estúpido conflicto sobre nada, la cosa puede escalar e irse de las manos. Como no se pelea por nada real, no hay ninguna solución o compromiso intermedio posible. Estamos ante lo que Girard llama violencia mimética.
Históricamente, estos conflictos terminaban de la única forma posible cuando no hay forma objetiva de llegar a una resolución o tregua y ninguna de las dos partes se echa atrás porque las fuerzas están igualadas: en un duelo a muerte.
En las sociedades primitivas, antes de que hubiese algún tipo de justicia independiente, la violencia mimética era un verdadero problema porque no había forma de terminar con una espiral de violencia una vez ésta se desataba en el seno de un grupo.
A diferencia de los conflictos entre grupos rivales, donde tanto el enemigo como sus pretensiones están identificadas y por tanto la violencia se puede detener por medios convencionales, con la violencia mimética el enemigo somos nosotros mismos y no luchamos por nada realmente sustancial.
La solución que se encontró a este problema fue la de canalizar toda la violencia latente hacia un chivo expiatorio, un pobre hombre que pasaba por allí y al que le acusamos hasta de haber matado a Manolete. Se le mata y todos contentos, excepto él, claro está. Curiosamente tiene que ser alguien inocente y neutral al conflicto, ya que si no se consideraría una agresión a una de las partes y el conflicto continuaría.
El problema del chivo expiatorio es que solo calma las aguas por un tiempo, pero no resuelve el problema definitivamente, el cual, al poco tiempo, vuelve a resurgir.
Otra forma de resolver el problema de la violencia mimética es a través de la imposición de una jerarquía.
Al dividir al grupo en diferentes castas, la rivalidad entre pares disminuye, simplemente porque el número de personas a las que consideras tus pares disminuye. Ya sabes que un vecino te produce mucha más envidia que el rey.
Además, cuanto más “natural” y menos meritocrática sea la jerarquía, mejor, porque de esa forma estará totalmente fuera del alcance de los mortales el promocionar de casta. El poder debe a ser posible emanar de la dinastía o de lo divino.
Los reyes refuerzan su poder a través de los tabúes. Un rey solo es rey si todos creen que es el rey. Una forma de reforzar esa creencia es mediante la rotura deliberada de ciertas reglas que nadie más puede romper. Cada vez que el rey las rompe, refuerza su posición de privilegio a los ojos de los demás.
La religión es la última fuente de jerarquía. No hay ningún modelo a seguir más poderoso, más virtuoso y más lejano que Dios. Dios es el mejor mediador externo. De ahí que, según Girard, la religión surge en las sociedades humanas como mecanismo para poner freno a la violencia mimética.
Adán y Eva son expulsados del jardín del Edén por comer el fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Qué es el bien y el mal queda explicado después, cuando, tras comer la manzana, Adán y Eva se dan cuenta de que están desnudos, se avergüenzan y se apresuran a cubrirse. El conocimiento del bien y del mal es realmente el conocimiento de uno mismo y del otro. El momento en que descubren su desnudez es el momento en que descubren una opinión que les importa y que no es la de Dios. Se acaban de dar cuenta de que tienen otros a quienes impresionar.
El pecado original es la semilla de nuestro mal comportamiento posterior: orgullo, vergüenza, envidia y los demás componentes del conflicto mimético. El diablo actúa haciéndonos conscientes del otro y haciéndonos sentir la frustración, la culpa y la ira de la presión de nuestros semejantes.
Make America Inequal Again
Interesante, pero ¿qué tiene que ver Donald Trump en todo esto?
El discurso del Make America Great Again que llevó a Trump hace cuatro año a la victoria y sus políticas desde entonces han estado caracterizados por la incorrección política, el nacionalismo y la lucha contra la inmigración, la restauración de roles de género arcaicos y el intervencionismo económico.
Además de por su flequillo imposible, Trump llama la atención en lo personal por unos gustos muy barrocos y una abdicación total de su responsabilidad sobre cualquier acto bochornoso, aunque sea pillado totalmente in fraganti.
Dado lo caricaturesco del personaje, ¿qué podría llevar a decenas de millones de americanos a votarle, no digamos a votarle dos veces?
El movimiento MAGA es una reacción al discurso y a las políticas de las últimas décadas tanto en Estados Unidos como en buena parte del mundo occidental, caracterizados por intentar eliminar desde arriba cualquier tipo de diferencia entre ciudadanos por razón de género, raza, orientación sexual, país de nacimiento o estatus social.
Echemos a lo anterior una pizca de globalización, otra de conexión 24x7 con gente fuera de nuestro círculo social a través de redes sociales y mezclemos todo bien con una pérdida de relevancia de la religión en la sociedad y el discurso meacolonias de las élites piji-progres costeras. Hemos preparado el cóctel de violencia mimética perfecto. Nuestro grupo de pares es cada vez más amplio e imitar su virtuosismo es cada vez más complicado. Nuestro ego se tambalea y rebela.
MAGA es una reacción al ideal de que todos debamos ser iguales.
MAGA es el culto al Rey Donald, un señor naranja y poderoso que promete restaurar una sociedad en la que la casta del yankee blanco de la américa profunda está en el top de la pirámide alimenticia mundial, y que demuestra su poder cagando en váteres de oro y rompiendo todos los tabúes imaginables, retransmitido en directo por Twitter.

¿Cómo es posible que gente de grupos minoritarios hayan votado a Trump más que casi ningún otro candidato republicano cuando su discurso va aparentemente contra ellos?
Os contesto con otra pregunta.
¿Hay alguien que quiera diferenciarse más de sus pares que quien acaba de “cruzar a la otra orilla”?
Implicaciones prácticas de la filosofía de Girard
¿Qué podemos sacar de todo esto para nuestro día a día?
Todos imitamos. Nadie puede evitar el contagio mimético, es nuestra naturaleza. Pero quizás ser conscientes de su existencia nos pueda servir para tomar mejores decisiones, como personas o como empresas.
Imitemos a personas o empresas dignas de ser imitadas. Encuentra modelos a seguir alejados a los que imitar sin sentir envidia.
De vez en cuando necesitamos chivos expiatorios como Quibi o el Vision Fund de Softbank para dar salida a toda la ira que vamos acumulando. Los sacrificamos en la hoguera de la competición o el mercado para purificar nuestros pecados.
Reduzcamos nuestro grupo de pares. No compitamos por ser los mejores (imitación), compitamos por ser únicos (innovación).
Seamos conscientes de que las jerarquías planas, que tienen algunas bondades, pueden favorecer la aparición de conflictos entre pares. Diferencia con títulos a la gente.
Cambia la organización frecuentemente para evitar conflictos entre pares:
“As CEO of PayPal, Thiel set up the company structure to eliminate competition between employees. PayPal overhauled the organization chart every three months. By repositioning people, the company avoided most conflicts before they even started. Employees were evaluated on one single criterion, and no two employees had the same one. They were responsible for one job, one metric, and one part of the business.”
Las compañías dirigidas por sus fundadores suelen rendir mejor que aquellas dirigidas por CEO contratados. ¿Por qué? Porque el fundador está en la cúspide de una jerarquía natural. Nadie puede aspirar a serlo, así que es más respetado y menos envidiado por el resto.
Nada más.
Make Your Company and Your Life Great Again and Again and Again.
Buena semana,
Samuel
Gracias por leer Suma Positiva.
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¿Hay alguien que quiera diferenciarse más de sus pares que quien acaba de “cruzar a la otra orilla”?
En España tenemos un ejemplo exactamente igual. Los extremeños y andaluces (los miles de Jordi Sánchez) que llegaron a Cataluña y que quisieron ser más catalanes que los catalanes de siempre...
Como siempre un placer leerte Samuel. Totalmente desconocido el deseo mimético, negar su existencia es imposible. Me guardo varias reflexiones. Saludos!