#253 Cultura, todo es televisión, efectos cognitivos, creatividad y cómo evitar que ChatGPT nos atrofie el cerebro
Entendiendo la nueva era para crear producto digital y sobrevivir como persona
Hola, soy Samuel Gil.
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En esta edición te traigo una selección de ideas y lecturas que están refinando mi forma de interpretar la creación de productos digitales en este nuevo ciclo. En mi cabeza, todas ellas están conectadas por un hilo invisible. Es sutil, pero está ahí. Ojalá tú también lo percibas.
Cultura
La capa que ordena todo lo demás
Me muevo en un mundo obsesionado con la tecnología, los mercados y las estrategias, pero en el que solemos olvidar la capa que realmente ordena todo lo demás: la cultura.
Antes de que exista un producto, una tendencia o un movimiento político, siempre hay un cambio más profundo en lo que la gente siente, desea, teme o imagina posible.
La cultura es el sustrato que gobierna el comportamiento colectivo, el motor silencioso debajo de cada ciclo económico y de cada disrupción tecnológica.
Ignorarla es construir a ciegas.
Brillante esta reflexión de signüll en X:
La gente siempre me pregunta por qué me importa tanto la cultura… por qué leo sobre ella, escribo sobre ella, publico sobre ella.
La respuesta es muy simple: es la única capa que de verdad importa.
Todo lo demás —tecnología, mercados, relaciones, política— no son más que comportamientos emergentes que se apilan encima. Son indicadores retrasados del estado de ánimo cultural.
No puedes construir, invertir, liderar o ni siquiera vivir con coherencia si no percibes lo que la gente quiere, teme, ama, imita y aspira a ser en este momento.
Si eres CEO, VP o inversor, tu único trabajo real es leer a las personas, el zeitgeist y el timing. Todo lo demás es papeleo.
Si quieres crear, liderar o invertir con sentido, necesitas afinar una sensibilidad casi antropológica: aprender a leer a las personas y el espíritu del tiempo.
Los mercados reaccionan tarde, la tecnología se adapta después, y las estrategias solo funcionan cuando capturan un pulso cultural que ya estaba ahí.
Todo lo demás es ejecución.
La verdadera ventaja —esa que no se copia— está en comprender lo que nos mueve antes de que se haga visible en los gráficos.
En un entorno que cambia cada vez más rápido, la cultura no es un accesorio: es el mapa.
Todo es televisión
Los riesgos y consecuencias de optimizar para captar atención
Derek Thompson plantea una idea tan simple como inquietante e importante: todo lo que antes no era televisión está convirtiéndose en televisión. Redes sociales, podcasts, e incluso las nuevas herramientas de IA están convergiendo hacia un mismo formato: un flujo infinito de vídeo, diseñado para captar nuestra atención o, más bien, para fragmentarla.
Thompson rescata una idea del crítico Raymond Williams: la televisión no es solo un aparato, sino un atractor cultural, un final evolutivo. Cuando un medio se optimiza para escalar y retener atención, acaba pareciéndose a un flujo continuo de imágenes sin principio ni final. Todo converge ahí.
Meta lo reconoce abiertamente: la inmensa mayoría del tiempo en Instagram y Facebook ya no es “social”, sino vídeo recomendado por algoritmos. Los podcasts migran a YouTube porque el vídeo crece veinte veces más rápido que el audio. Y las nuevas herramientas de IA como Vibes de Meta o Sora de OpenAI amenazan con generar ríos interminables de clips creados adictivos creados por nadie y para nada en particular.
El problema no es el vídeo en sí, sino lo que este modelo erosiona: la interioridad, la capacidad de estar a solas con nuestros pensamientos, de sostener la atención, de pensar en profundidad.
El problema no se queda ahí.
Cuando toda comunicación adopta la gramática del vídeo corto—urgente, emocional, espectacular—la cultura entera se queda sin espacio para lo lento y lo reflexivo. Política, ciencia, periodismo, creatividad: todo se reconfigura según la lógica del vídeo corto.
Y eso no termina en nada bueno.
El estudiante del juego
Conocimiento de la historia como ventaja competitiva
Hay una diferencia profunda entre los fundadores que compiten a ciegas y los que realmente entienden el juego que están jugando. Blake Robbins recuerda algo que todos intuimos pero pocos practican: los grandes founders no improvisan, estudian. No se limitan a ver a los incumbentes como dinosaurios lentos; se preguntan por qué unos ganaron donde otros fracasaron. Por qué Ramp sí. Por qué OpenAI pudo emerger. Qué patrones se repiten. Qué condiciones siguen vigentes.
Pocas cosas impresionan más a un inversor que un emprendedor que demuestra que conoce su negocio de principio a fin: quién dominó cada etapa del mercado, qué factores provocaron los relevos de poder, cómo cambiaron las preferencias de los consumidores y por qué. Ese conocimiento no solo muestra rigor: muestra respeto por la dificultad del problema y por quienes lo han intentado antes.
En contraste, pocas cosas suenan más naïve que el fundador superficial que resume su análisis competitivo en un “nuestros competidores son grandes, así que son lentos”. Es una idea infantil. Todos los “elefantes” de Internet están bailando al ritmo de la IA con una velocidad que desmiente cualquier teoría de pesadez corporativa.
Robbins lo expresa de forma sencilla y brutal: la mayoría de emprendedores ni siquiera estudia su propio mercado. Creen que la historia empresarial es un ejercicio académico, casi irrelevante. Pero los mercados no son aleatorios: dejan señales, incentivos, puntos ciegos y jugadas que ya funcionaron antes. Los grandes no solo conocen esas historias; pueden recitarlas, conectarlas y extraer de ellas principios operativos. No están adivinando: están jugando con ventaja.
El mensaje es claro: el juego ya se ha jugado antes. Alguien ganó, alguien perdió, y dejaron las pistas a la vista. Lo único que hay que hacer es mirarlas.
De los efectos de red a los efectos cognitivos
Defensibilidad a través de la intimidad
Me ha encantado este nuevo artículo de Kirsten Green, fundadora de Forerunner y una de las grandes voces del sector consumer.
Ofrece claves muy valiosas para entender cómo se construyen productos digitales ganadores en el nuevo escenario de posibilidades que está abriendo la inteligencia artificial.
Durante dos décadas, las plataformas dominaron gracias a los efectos de red: cuantos más usuarios tenían, más valiosas se volvían, y más difícil era competir con ellas. Pero algo profundo está cambiando. Con la llegada de modelos de IA capaces de observar, aprender y anticipar, el poder ya no reside en cuánta gente usa un producto, sino en cuánto entiende ese producto a cada persona.
En esta nueva era, la ventaja competitiva no surge de la cantidad, sino de la intimidad cognitiva.
Y eso reescribe por completo las reglas del juego:
1. Valor que no depende de la escala
A diferencia de los efectos de red, los efectos cognitivos funcionan usuario a usuario. Un producto puede ser irremplazable para alguien sin necesidad de tener millones de usuarios, simplemente porque ha aprendido su contexto, preferencias e historia de forma profunda.
2. Conocimiento como barrera competitiva
El producto que mejor conoce al usuario obtiene una posición muy difícil de replicar. Ningún competidor puede copiar los años de datos, señales y patrones que una plataforma ha acumulado sobre una persona concreta.
3. De herramientas a compañeros
Las plataformas cognitivas dejan de ser sitios donde haces tareas y pasan a convertirse en agentes que viven contigo: observan, aprenden y actúan de forma proactiva. La relación evoluciona hacia un acompañamiento continuo.
4. Escalar desde lo pequeño
Este nuevo tipo de ventaja permite que las plataformas empiecen muy pequeñas. No necesitan una gran base de usuarios para crear valor; basta con ofrecer experiencias profundamente personalizadas a un grupo reducido.
5. La confianza como activo central
Dado que estas plataformas manejan datos íntimos, la confianza —privacidad, transparencia, fiabilidad— se vuelve el pilar fundamental. Sin ella, los efectos cognitivos simplemente simplemente no pueden existir.
6. La interfaz deja de ser protagonista
En esta nueva era, la UI importa menos: el verdadero valor está en la inteligencia que opera por debajo, no en la pantalla que se ve. El producto es, ante todo, su capacidad de entender y actuar.
7. Un nuevo flywheel impulsado por el aprendizaje
Los efectos cognitivos crean un círculo virtuoso: más uso genera más aprendizaje; más aprendizaje genera más utilidad; más utilidad genera más uso. Es un mecanismo de crecimiento basado en comprensión, no en número de usuarios.
El arte de crear
Imaginar todo lo que fue necesario para que algo pueda existir
Me encantó esta reflexión del escritor de ciencia-ficción Devon Eriksen:
Si quieres entender el universo, no basta con mirar lo que hay.
Tienes que imaginar lo que no está, pero estuvo.
Esto es una imagen de un arco. Es una maravilla de la arquitectura primitiva. De hecho, que esas dos palabras se parezcan no es una coincidencia.
Todas esas piedras tienen forma ligeramente de cuña, y cuando se colocan así, solo la gravedad las mantiene en su sitio. Y cuanto más peso reciben desde arriba, más firmemente encajadas quedan.
Pero… ¿cómo lo construyes?
No es estable hasta que colocas la última piedra. Si intentas añadirlas una a una, simplemente se caerán. Y no es que tengas tantas manos como piedras.
Si miras un arco y solo ves lo que hay, parece que no puede construirse.
Así que tienes que mirarlo y ver lo que ya no está.
Tienes que ver, con la imaginación, la estructura que sostuvo las piedras en su sitio y que se retiró cuando dejó de ser necesaria. En la forma más simple, podría ser solo un montón de rocas con la forma de esa abertura.
Cuando escribí mi primera novela, decenas de miles de palabras salieron de mi teclado y jamás llegaron a las páginas de lo que publiqué.
Y tú puedes leerla y decir: “¡Qué brillante!”
“¡Mira todas estas ideas maravillosas y cómo encajan, como las piedras de un arco!”
Pero es fácil parecer brillante siendo autor. Puedes cometer error tras error, tirarlo todo, quedarte con las buenas ideas que surgen entre error y error, y publicar una versión que recoge todas las buenas ideas de un año, sin ninguno de los fallos. Luego alguien la lee en dos días.
La cuestión es que, si ves un logro, cualquier logro, que parece tan genial, o tan improbable, o tan complejo que no puedes imaginar cómo alguien lo concibió de una vez, lo más probable es que no lo hiciera.
Fue surgiendo paso a paso, con formas intermedias, o andamiajes que ya no existen, o un montón de errores que quedaron tirados en la sala de montaje.
Y si aprendes a pensar así, aprenderás no solo a entender mejor el universo, sino a crear tu propia obra.
Traer cosas nuevas al mundo—arte, ingeniería o lo que sea—exige valentía. Tienes que decirte: “Creo en esto, aunque nadie lo haya pedido, aunque nadie pudiera siquiera pedirlo, porque ahora mismo soy el único que entiende lo que llegará a ser”.
Y tienes que tener esa valentía, esa constancia, incluso cuando tu trabajo es tosco, primitivo y pobre comparado con las cosas bellas y terminadas que ya existen en el mundo.
Porque debes entender que todo lo sofisticado empezó siendo tosco.
Todo lo complejo empezó siendo simple.
Todo lo pulido y completo empezó siendo áspero y mediocre.
El arte de crear no consiste en imaginar cada detalle de la cosa hermosa tal como será al final. Consiste en adivinar lo que podría llegar a ser y encontrar un paso, un único paso, para hacer que lo que tienes ahora mismo sea un poco, solo un poco, menos terrible.
Una y otra vez.
Cómo usar ChatGPT sin que se nos atrofie el cerebro
Las nuevas herramientas de IA son tan potentes que, si las usamos para escribir aquello que antes exigía que pensáramos y redactáramos por nuestra cuenta, corremos un riesgo real: en etapas formativas pueden frenar nuestro desarrollo, y en la vida adulta pueden ir debilitando nuestra capacidad de razonar por nosotros mismos.
La buena noticia es que hay una forma de usarlas sin que esto ocurra.
Así nos lo contaba David Epstein en su última entrada.
En un experimento realizado por el MIT tres grupos de estudiantes escribieron ensayos bajo tres condiciones:
Usando sólo su cerebro
Lo anterior + Google
Todo lo anterior + ChatGPT
Los investigadores midieron actividad cerebral, evaluaron los textos y pidieron a cada estudiante recordar qué había escrito.
Para sorpresa de nadie, los ensayos generados usando directamente ChatGPT eran más homogéneos y de menor calidad. Y lo más preocupante: ninguno de los estudiantes que usó ChatGPT pudo citar una sola frase de su propio ensayo. Su actividad cerebral era la más baja de los tres grupos, señal de que habían delegado el esfuerzo cognitivo a la máquina desde el primer minuto.
En psicología cognitiva esto encaja con la idea de “desirable difficulties”: pequeñas dificultades que hacen que el aprendizaje sea más lento, pero mucho más profundo. ChatGPT, usado desde el inicio, crea lo contrario: una facilidad engañosa que sabotea el proceso de aprendizaje.
Sin embargo, y ahora viene lo más interesante, el estudio tenía una segunda fase clave. Los alumnos que primero pensaron por sí mismos y solo después usaron ChatGPT para mejorar su output escribieron ensayos mejores, recordaban lo que habían escrito y mostraban más conectividad cerebral.
A este efecto el MIT lo llamó “deuda cognitiva”: si delegas demasiado pronto, lo pagas después con pensamiento superficial y mala comprensión.
En conclusión:
La IA no te atonta. Lo que te atonta es empezar por ella.
Piensa primero, genera tus ideas, haz el esfuerzo cognitivo mínimo viable… y luego usa la IA para:
estructurar,
ampliar,
refinar,
buscar perspectivas,
mejorar claridad,
detectar huecos.
Recuerda:
Brain first. AI second.
Gracias por leer Suma Positiva.
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Si Mcluhan decía: el medio es el mensaje, ahora podríamos decir que todo medio tiene al scroll infinito.
El elixir de la eterna juventud ha sido sustituido por el elixir de la eterna atención.
Excelente post. El tema de la cultura me impacto y en mi ingnorancia me permite correlacionarlo con el desinterés que hay en el público en general por la inteligencia artificial, mientras la sociedad no la reclame las empresas de ese sector no veran los grandes margenes de ganancia que esperan. La sociedad ve todavía la IA como algo muy empresarial y existen otros sectores que requieren innovaciones urgentes, ojalá occidente no ahogue sus mejores recursos en algo que la cultura no ha reclamado todavía.