Hola, soy @samuelgil, Partner en JME Ventures.
Bienvenido a mi newsletter semanal, un lugar donde nos reunimos aquellos que creemos que la tecnología transforma juegos de suma cero en juegos de Suma Positiva.
Creencias de lujo
Como dice Eugene Wei en su fabuloso artículo de 2019 “Status as a Service”, las personas somos, ante todo, status-seeking monkeys, es decir, monos en búsqueda de estatus, la posición o categoría que ocupamos en la jerarquía social.
Y no es de extrañar, ya que algunos beneficios asociados a tener un estatus elevado son:
Acceso a mejores oportunidades económicas y laborales
Mayor influencia y poder en la toma de decisiones
Prestigio y reconocimiento por parte de otros miembros de la sociedad
Acceso a redes y contactos importantes
Mayor respeto y consideración por parte de los demás
Acceso a servicios y comodidades exclusivas
En “La flecha de la historia” decíamos:
Somos monos que ansían mejorar y mostrar su estatus a los demás, a veces hasta el punto de hacer parecer irracional nuestro comportamiento. Esto tiene por supuesto todo el sentido desde el punto de vista evolutivo porque ser poderoso o amigo del poderoso mejora las posibilidades de reproducción y supervivencia. Por un lado, esta fascinación con los poderosos que llevamos en los genes facilita la creación de estructuras sociales jerárquicas. Por otro lado, no hay nada que eleve más el estatus de alguien que descubrir algo (una tecnología) que es ampliamente adoptada y alabada por el grupo. Es irónico que la búsqueda de estatus (un juego de suma cero) es el mayor acicate para encontrar tecnologías que favorecen los juegos de suma positiva. Esta paradoja en la naturaleza humana (somos profundamente gregarios y cooperativos a la par que competitivos) es el ímpetu que según Wright explica la evolución cultural y el aumento de complejidad social.
¿Por qué adscribimos esas ventajas al estatus? Porque, aunque no lo queramos reconocer, en el fondo, creemos que las personas con un estatus elevado son más capaces y más confiables, algo que es extremadamente valioso a la hora de poder interactuar con desconocidos, uno de los superpoderes de la especie humana.
De nada sirve el estatus si no es percibido por los demás. Y no vale hacerlo de cualquier forma. Tenemos que señalizarlo de una forma que no sea fácil de imitar, pues si no estaríamos dejando la puerta abierta a que farsantes empleasen estas señales para intentar confundirnos.
Decíamos en la segunda entrega de los artículos dedicados a Alquimia, el maravilloso libro de Rory Sutherland:
El ser humano ha llegado donde ha llegado gracias a su habilidad para cooperar con extraños.
La cooperación entre desconocidos no sería posible si no se hubiesen desarrollado mecanismos eficaces para minimizar el riesgo de que estos extraños nos engañen o se aprovechen de nosotros.
Uno de estos mecanismos es la señalización, consistente en el envío al exterior de señales confiables sobre nuestras buenas intenciones y honestidad con el fin de inspirar confianza a nuestra contraparte antes de una transacción.
A su vez, inconscientemente, rastreamos continuamente nuestro entorno en busca de estas señales.
Por ejemplo, confiamos en una pequeña tienda si percibimos que necesita vender repetidamente a los clientes locales para subsistir. O en una gran empresa o marca que ha construido una buena reputación a lo largo de los años. O en alguien que ha puesto mucho esfuerzo en obtener una licencia que podría perder a la mínima infracción, como ocurre con los taxistas en Londres.
En general, confiamos en un desconocido si detectamos señales que impliquen reciprocidad, reputación o un compromiso previo, como en los ejemplos anteriores.
En otras palabras: buscamos que engañarnos le salga muy caro a la otra parte.
Por ello, algo común a los mecanismos de señalización es que son costosos en el corto plazo y sólo se pueden rentabilizar—si acaso—en el largo plazo.
Sirven para transformar una pérdida de eficiencia en una ganancia de confianza que lubrica las transacciones presentes y futuras.
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Históricamente, la élite social y económica mostraba su estatus a través de lo que Thorstein Veblen denominó “consumo conspicuo” y “ocio conspicuo” en su libro de 1899 “The Theory of the Leisure Class”, una obra fundamental en Sociología y Economía.
El “consumo conspicuo” es la adquisición y exhibición de bienes no por su valor utilitario, sino por el estatus social que confieren. Veblen sostiene que esto es un residuo de una forma primitiva de competencia social, donde los jefes de las tribus demostraban su poder a través de la ostentación de riquezas. En la sociedad moderna, esto se traduce en la compra de bienes lujosos y extravagantes no por su valor intrínseco, sino por el estatus que proyectan al ser vistos por otros. Un sombrero de copa (vs. uno normal) en el siglo XIX o un Rolex (vs. un Casio) en el siglo XXI son buenos ejemplos.
El “ocio conspicuo”, por otro lado, es la demostración de la capacidad de uno para permitirse el lujo de no trabajar. Según Veblen, las actividades de las clases altas están diseñadas para ser visiblemente inútiles desde un punto de vista productivo para demostrar su independencia del trabajo manual. ¿Quién puede permitirse jugar cuatro horas al golf en lugar de estar cuidando a su familia o trabajando en el campo, en el taller o en la fábrica?
Con el tiempo, los bienes y actividades de lujo tienden a volverse más asequibles y a ser adoptadas por gente con menos estatus—en un intento de aparentar tener más estatus del que tienen—, lo que fuerza a los más ricos y poderosos a seguir buscando nuevos bienes y actividades extravagantes con los que distinguirse. Es un juego sin fin en el que todos participamos.
Hasta aquí todo más o menos bien.
Pero algo está cambiando.
Según Rob Henderson, un doctorando en Psicología en la Universidad de Cambridge, de un tiempo a esta parte, las creencias o causas de lujo o luxury beliefs—un término acuñado por él mismo—están reemplazando en buena medida a los bienes de lujo como medio para señalizar estatus.
Y este cambio tiene consecuencias relevantes.
Mientras que, que un bien de lujo se haga más popular no tiene por qué tener mayores consecuencias, que una creencia de lujo se haga popular puede tener peores consecuencias para la sociedad en su conjunto y especialmente para las clases menos favorecidas que las adoptan como forma de aparentar un estatus mayor del que tienen.
Las creencias de lujo son ideas y opiniones que otorgan estatus a la clase alta, mientras que a menudo imponen costos a las clases bajas.
¿A qué se refiere exactamente Henderson cuando habla de creencias de lujo?
Al igual que un bien de lujo es algo que sólo te puedes permitir comprar cuando tienes un nivel económico alto, una creencia o causa de lujo es algo sobre lo que te puedes permitir el lujo de pensar o creer sólo cuando tus problemas económicos más básicos han sido resueltos. Suelen darse en personas con una formación universitaria, especialmente en el ámbito de las ciencias sociales, donde se da un caldo de cultivo óptimo para que proliferen estas ideas.
Ejemplos:
“Hay que reducir la financiación de la policía”, mientras tú vives en una comunidad de lujo con vigilancia privada.
“La meritocracia no existe. El éxito sólo es fruto de la suerte y las conexiones”, mientras tú le inculcas el valor del esfuerzo y del trabajo duro a tus hijos.
“La familia es una institución caduca. Las relaciones abiertas son más sanas que el matrimonio”, mientras tú te casas con tu pareja de toda la vida.
“Tener hijos es malo para el planeta”, mientras tú tienes cinco y vuelas en jet privado.
“El 75% de la educación obligatoria será en catalán”, mientras tú llevas a tu hijos a un colegio británico.
“No pasa nada por tener sobrepeso, lo importante es tener una buena imagen de ti mismo”, mientras entrenas como un loco y cuidas tu alimentación al máximo.
“El dinero no importa. La verdadera felicidad es querer menos cosas”, tuiteas desde tu yate.
Otros ejemplos:
El lenguaje inclusivo y el señalar al hombre blanco cis hetero como cumplable de todos los males de la sociedad.
El animalismo y el veganismo.
Ciertas posiciones sobre inmigración.
Ciertas posiciones sobre cambio climático.
Como hemos visto, estas posiciones ideológicas normalmente vienen acompañadas de grandes dosis de hipocresía.
El principal problema de las creencias de lujo es que son mucho más fáciles de imitar que comprarse un Aston Martin y, así, las clases medias y bajas las acaban “comprando” y, a diferencia de las élites hipócritas, practicando.
Como seguramente muchos habréis pensado mientras leíais estas líneas, en occidente, muchos partidos políticos han hecho de estas causas su bandera olvidándose de los problemas reales de la gente.
Y el problema de estar completamente distraídos con estas cosas en lugar de con los problemas reales es lo que precisamente impide a estas clases avanzar.
Dice Erik Torenberg:
Las élites te dirán: El poliamor es mejor. El matrimonio es sexista. La familia es opresiva. La religión es mala. Estar en forma física es fascista. Tener hijos es malo para el planeta. No se necesita trabajar duro para tener éxito. El éxito en sí mismo es una enfermedad. La racionalidad, la puntualidad y la urgencia son valores supremacistas blancos.
Y sin embargo, ¿qué hacen las élites? Trabajan duro, hacen ejercicio, se casan con una sola pareja, tienen hijos y les enseñan lo contrario de lo que recomiendan a las masas.
No caigas en la trampa de las creencias de lujo.
Gracias por leer Suma Positiva.
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Muy interesante el tema Samuel y cómo lo has abordado. Recuerdo la presentación que hizo Zuckerberg de Meta hace dos años creo. Salía una foto en la que todos los asistentes estaban con unas VR puestas y él no. El buen camello nunca prueba su droga. Al leerte, me he acordado de esa escena. Qué mundo tan hipócrita y qué pena cuando la gente repite como loros y aplauden como focas, ciertos discursos oficiales sin cuestionarse nada
El concepto de creencias de lujo me parece muy interesante, sin embargo, me parece que los ejemplos están muy sesgados por una posición política.
No veo realista que la gente quiera señalizar estatus copiando a “las élites” defendiendo el uso de una lengua o otra en la educación.