Hola, soy @samuelgil, Partner en JME Ventures. Bienvenido a mi newsletter semanal, un lugar donde nos reunimos aquellos que creemos que la tecnología transforma juegos de suma cero en juegos de Suma Positiva.
Debo confesaros que la guerra de Ucrania me ha pillado por sorpresa.
Lo atribuyo a varios motivos:
En primer lugar, en mi esquema mental no entraba la posibilidad de que una persona cuerda fuese capaz de infligir tanto daño a tantas personas inocentes por cualquiera que fuera la causa. Craso error, porque, como ya sabemos, la mente de los justos es capaz de darnos alas morales para cometer todo tipo de atrocidades en nombre del bien de nuestro grupo.
En segundo, parecía que habíamos alcanzado el fin de la historia y que la guerra había quedado relegada de una vez por todas a las páginas de los libros de historia. ¿Qué mejor que los fuertes lazos comerciales impulsados por la globalización para que no hubiera más violencia entre países? Vladimir nos ha hecho despertar sobresaltados del sueño de que la paz fuese el estado por defecto del mundo.
Por último y quizás el más grave es el no haber estado lo suficientemente atento. Parece que para cualquiera que haya estado prestando un poco de atención a la cuestión geopolítica en los últimos años—especialmente de 2014 a esta parte—, esta guerra es seguramente un rinoceronte gris y no un cisne negro.
En esta línea, como veremos hoy, los regímenes autocráticos de Rusia y China—entre otros— llevan en realidad en guerra con las democracias occidentales desde hace muchos años. Se trata de una guerra que no abre los telediarios porque no se libra con misiles, tanques o metralletas sino con bots, bits y routers, pero en la que también hay muchísimo en juego.
Es la guerra tecnológica.
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Guerra Tecnológica
Dice Jacob Helberg, autor del libro The Wires of War, que el estado guerra/paz no es binario, sino que hay todo un espectro de grises intermedios.
Y “Guerra Gris” es precisamente como él denomina a la rivalidad sistémica y global entre autocracias y democracias, condenadas al conflicto por sus radicalmente diferentes formas de entender cómo debería organizarse el mundo.
La guerra de Ucrania ha hecho que las caretas de unos y otros definitivamente se caigan y los bloques se definan muy claramente.
Al siniestro ajedrez de la Guerra Fría se jugaba con arsenales de armas convencionales y—como tristemente estamos recordando en estos días—nucleares. La lucha en la Guerra Gris se libra sin embargo con tecnologías de doble uso. Estas tecnologías son aquellas que fueron desarrolladas inicialmente por el sector privado para uso comercial civil, pero a las que también se les ha dado posteriormente un uso en el ámbito militar o de la seguridad, como por ejemplo la inteligencia artificial, los drones, los satélites, el 5G o los computadores cuánticos.
Cuando estas tecnologías son utilizadas como armas ofrecen al agresor una gran ventaja respecto a otras: es muy difícil atribuir la autoría de los hechos. En otras palabras, nos permiten tirar la piedra y esconder la mano. Eso las hace muy “usables”, pues minimizan las probabilidades de que el agredido tome represalias contra un agresor que es en apariencia invisible. Eso hace que los gobiernos puedan desplegar y usar estas tecnologías a diario para hacer avanzar sus intereses estratégicos—enfrentados con los de sus rivales—sin que nadie rechiste.
Y así lo hacen.
El objetivo de esta guerra tecnológica no es controlar un territorio—que a lo mejor en última instancia también—, sino controlar las redes de información y comunicaciones que influyen directa o indirectamente enormemente en las vidas diarias de miles de millones de personas, alterando así la distribución de poder a nivel mundial. Las escaramuzas consisten en espionaje industrial, hackeo de infraestructuras críticas, difusión de propaganda o de ultra vigilancia estatal al estilo del Gran Hermano orwelliano de 1984.
La Guerra Gris se lucha en dos frentes:
El del front-end, en el que los contendientes tratan de controlar qué vemos en las pantallas de nuestros dispositivos y en el que luchamos primordialmente contra Rusia aunque cada vez más contra otros países como China, Irán o Arabia Saudí. Piensa que cualquier contenido que estés consumiendo a puede ser falso y/o malintencionado.
El del back-end, en el que la lucha es por controlar el hardware—las “tripas tecnológicas”—de internet y en el que la lucha es sobre todo contra China: teléfonos móviles, satélites, cables de fibra óptica o redes 5G. ¿A lo mejor no es tan buena idea comprar un móvil chino por muy barato que sea?
Muchos en las democracias occidentales no veíamos—o no queríamos ver—el peligro que todo esto supone. Impulsado por los tristes últimos acontecimientos, parece que el zeitgeist está cambiando a pasos agigantados, pero, mientras aquí debatimos sobre lenguaje inclusivo o la última ocurrencia woke, hay hackers que pueden llegar a controlar remotamente nuestras centrales eléctricas (como ya hizo China con India hace poco); las compañías de hardware chinas—que tienen obligación de facilitar toda la información que pasa por sus dispositivos al Partido—han logrado acuerdos multimillonarios para ser los proveedores de los equipos de comunicaciones que utilizan muchas telcos occidentales; y los trolls de Putin no dan abasto en redes sociales propagando todo tipo de desinformación y propaganda.
Hasta ahora la guerra tecnológica ha sido una guerra de baja intensidad, pero la escalada a otros niveles puede darse en cualquier momento. Si no ponemos la atención que este asunto merece, parece poco probable que en occidente seamos los ganadores a largo plazo de una guerra en la que nos jugamos nada más y nada menos que nuestra libertad, nuestro bienestar y nuestra forma de entender el mundo.
Gracias por leer Suma Positiva.
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Descubrí por casualidad este blog y estoy muy satisfecho. Cuanto menos lo considero de gran provecho.
Mucha suerte.
Asusta pensar lo “controlados” que podemos estar…