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Presta atención, tu vida está en juego
Nuestra vida en general y nuestra salud en particular serían mucho mejor si tuviéramos un mentalidad mucho más abierta con respecto a lo que es posible, para lo que tendríamos que prestar mucha más atención a lo que nos rodea.
Porque, cuando observamos de forma cuidadosa, nos damos cuenta de que no conocíamos nada tan bien como creíamos, ni tan siquiera las cosas más sencillas y cotidianas, o a las personas con las que más tiempo pasamos. Eso es porque, además de que de partida sabíamos poco, todo y todos estamos en continuo cambio, y todo se ve de manera distinta cuando se mira desde una perspectiva diferente.
Aceptar esta realidad es el primer paso para abandonar el exceso de certezas con las que vivimos, el motivo principal por el que vamos en piloto automático la mayor parte del tiempo (si creo saber de sobra cómo es o cómo funciona algo o alguien, ¿para qué voy a prestar atención?), lo cual, no sólo nos resta energía y disfrute, sino que es también el origen de buena parte de nuestros problemas.
Si cuando te preguntan “¿cuánto es 1+1?” te apresuras a responder “¡dos!” sin pensar más, eso es que no has prestado la atención suficiente, porque un chicle más un chicle podrían ser igual a un chicle, al igual que la combinación de dos pilas de ropa sucia o dos nubes. No nos hacen un favor en el colegio cuando desde pequeños nos obligan a pensar continuamente en términos absolutos de correcto e incorrecto, verdadero o falso, blanco o negro. El contexto siempre importa. El mundo está lleno de abundancia si se mira con los ojos apropiados, nadie nos obliga a competir en las mismas dimensiones que los demás.
Asimismo, conviene recordar que lo único que la ciencia puede ofrecernos son probabilidades, nunca certezas. Si repetir exactamente un experimento en el laboratorio es materialmente imposible, imaginad lo que ocurre en cualquier otro entorno un poco más caótico. Es bueno recordarnos que en realidad sabemos muy poco sobre nada, no digamos ya de las cosas más complejas como el cuerpo humano.
El ser conscientes de que todo es dependiente del contexto, de que todo está en continuo flujo y de que por tanto nada es exactamente igual que hace tan sólo un instante, y que lo único que la ciencia puede ofrecernos son probabilidades y no certezas tiene varios efectos: nos obliga a estar más atentos, a ser más empáticos y a tener menos prejuicios; y nos fuerza a ser más humildes en cuanto a lo que nuestra capacidad para predecir el futuro se refiere, lo cual a su vez nos quita la losa de la preocupación de encima y nos abre la ventana a la esperanza cuando estamos en una situación de la cual creíamos que era imposible salir.
¿Por qué es todo esto importante para nuestra salud?
La falsa dicotomía cuerpo-mente
Una de las ideas centrales del trabajo de la psicóloga estadounidense Ellen Langer es desengañarnos de la falsa dicotomía cuerpo-mente.
A diferencia de lo que dice la tradición oriental, la medicina occidental ha creído desde siempre que la mente no podía tener ningún efecto en nuestro cuerpo. Más adelante, el modelo biosocial actual ha ido aceptando cierta influencia de la psicología en la fisiología. Con el tiempo, Langer cree que iremos más allá y nos daremos cuenta de su unidad.
A lo largo de su carrera, Langer ha desafiado sistemáticamente al conocimiento establecido realizando un sinfín de estudios en los que ha demostrado el gran efecto que nuestra psique puede tener en nuestra salud. El cómo pensamos sobre nosotros mismos tiene manifestaciones fisiológicas reales.
Estos son algunos ejemplos:
El lenguaje médico puede ser tóxico
El lenguaje que un médico utiliza a la hora de darnos un diagnóstico junto con nuestras creencias sobre nuestra capacidad de alterar el curso de la enfermedad pueden jugar un rol muy importante en el resultado final.
No es lo mismo que un médico nos diga que nos hemos curado de cáncer a que nos diga que el cáncer está en remisión, lo que inevitablemente nos hace pensar que sigue ahí escondido, agazapado, atrincherado, esperando el mejor momento para volver a atacarnos. El estrés que esta creencia nos genera puede ser tremendamente perjudicial.
Los médicos utilizan este lenguaje para cubrirse de una posible reaparición de la enfermedad, pero, aunque volviera: ¿es el cáncer que reaparece exactamente el mismo que antes? En realidad, aunque haya similitudes, nunca nada es exactamente igual, cada situación es ligeramente diferente. Luego siempre hay espacio a la esperanza. Y es que, además de ser técnicamente cierto y más esperanzador, sería mucho más conveniente y alentador decir a los enfermos que se trata de otro cáncer diferente, de modo que pudieran pensar: “si ya he sido capaz de curarme una vez, ¿por qué no voy a ser capaz de hacerlo una vez más?”
Si enfermas, ve sin duda al médico, pero no hagas de un mal diagnóstico una profecía auto cumplida. Recuerda que sabemos muy poco de casi nada y que la mente—junto con la medicina—puede hacer milagros.
Eres tan viejo como te sientes
Este fue el primer experimento que el equipo de Langer realizó para probar la unidad cuerpo-mente.
Allá por los años 80, se llevó a un grupo de personas de edad avanzada (mayores de 70 años) a pasar unos días en un lugar de retiro. Durante esos días, en ese lugar se recreó el mundo tal y como era 20 años antes y se forzó a los participantes a hablar en tiempo presente sobre los eventos del momento: las noticias, las películas, los libros, las series de televisión. Al grupo de control—otro grupo de abueletes—se les llevó al mismo sitio, pero a ellos se les pidió que hablaran de aquellos años y sus acontecimientos en tiempo pasado. Pues bien, las personas que actuaron como si fueran 20 años más jóvenes por unos días mejoraron de forma objetiva su visión, su audición, su memoria, su fuerza y se veían razonablemente más jóvenes en apariencia.
Ellen Langer afirma que buena parte del deterioro que sufrimos al envejecer es producto de nuestras mentes. No dejamos de hacer cosas porque nos hacemos viejos sino que nos hacemos viejos porque dejamos de hacer cosas. Ya nos lo contó Marcos Vázquez hace unos meses: hay que pensar siempre joven y no hay que dejar entrar nunca al viejo.
Quizás no puedas hacer las cosas exactamente igual que las hacías antes, pero podrás suplir en parte tus carencias con tu sabiduría. Además, contrariamente a lo que solemos pensar, poder hacer las cosas de manera perfectas no tiene gracia. Imagina jugar al golf y hacer siempre todos los hoyos en uno. El juego no tendría ningún interés. Otro ejemplo: cuando un niño no llega al botón del ascensor disfruta cada vez que lo coges en brazos para pulsarlo, pero una vez crece y llega por sí mismo deja de disfrutarlo. En la lucha está lo bonito de la vida. De nuevo, no hay nada objetivamente bueno o malo, es todo una cuestión de perspectiva.
Otro aspecto a considerar es que la gente que presta más atención y vive más en el presente saborea cada momento y no dedica tanto tiempo a pensar qué va a ser de ella dentro de 10 años o a recordar con nostalgia el pasado, lo cual produce angustia vital y estrés.
El tiempo es relativo
En otro experimento verdaderamente impactante, se dividió a un grupo de diabéticos en tres partes iguales. Al primer tercio se le pidió que jugase durante 15 minutos a un juego de ordenador cuyo reloj estaba trucado e iba el doble de rápido que el tiempo real. El reloj del ordenador del segundo tercio iba la mitad de rápido que el tiempo real y el del último tercio iba según el tiempo real. Pues bien, se demostró que el ritmo al cual su cuerpo gestionaba los picos de glucosa replicaba el tiempo percibido, no el real. ¿No es una locura?
¿Haces ejercicio aunque no lo sepas?
Para otro experimento célebre se preguntó a un grupo de limpiadoras de hotel si hacían ejercicio y respondieron que no a pesar de que su trabajo entraña muchísima actividad física. Ellas pensaban que hacer ejercicio era eso que hacían los yuppies en el gimnasio después de estar todo el día sentados en una oficina. Posteriormente se dividió el grupo en dos y a una de esas mitades se le explicó que lo que hacían en su trabajo era a ojos de su cuerpo tan ejercicio como el que se hacía en el gimnasio. Pues bien, sin cambiar nada en su dieta, ni en su gasto energético, el grupo que percibió su trabajo como ejercicio perdió peso y redujo su tensión arterial.
No se me ocurre mejor forma de terminar que con esta infografía de Marcos Vázquez y que tan bien refleja la filosofía de Langer:
Para ampliar más:
Gracias por leer Suma Positiva.
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Una lectura muy interesante es la solución de los telómeros de Elisabeth Blackburn - premio Nobel de medicina - y Elisa Eppel.
Excelente reflexión. No recuerdo si lo mencionaste en algún podcast o en tu post, aunque con tu capacidad lectora, estoy casi seguro de que sí lo has leído. ¿Qué opinas de Breath de James Nestor?