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Hola, soy @samuelgil, Partner en JME Ventures.
Bienvenido a mi newsletter semanal, un lugar donde nos reunimos aquellos que creemos que la tecnología transforma juegos de suma cero en juegos de Suma Positiva.
La reflexividad es ese marco conceptual del que quizás nunca hayas oído hablar pero que, una vez lo haces, no puedes dejar de ver en todos lados.
El inversor, filósofo y filántropo George Soros, su creador, es una figura interesantísima, rodeada a menudo de controversia y misterio.
En la edición de hoy intentaré acercarte a ambos.
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George Soros y la reflexividad
George Soros siempre tuvo vocación de filósofo. Nacido en Hungría en 1930 en el seno de una familia judía, su adolescencia se vio marcada por la huída de los nazis bajo una identidad falsa cuando éstos ocuparon Hungría en 1944. Desde que comenzó a finales de los años cuarenta sus estudios de Economía en la London School of Economics, su principal propósito fue entender mejor el complicado mundo en el que había nacido. Durante el último año de sus estudios en Londres, tuvo el privilegio de estar bajo la tutela del Karl Popper, el filósofo de origen austriaco, quien ejerció una influencia decisiva en su forma de pensar.
La idea central del pensamiento de Popper es que la verdad empírica—leyes científicas incluidas—no puede ser alcanzada con absoluta certeza. Un único experimento fallido es suficiente para echar por tierra una teoría mientras que ningún número de experimentos exitosos son suficientes para probarla definitivamente. Esa forma de pensar contrastó profundamente con la teoría económica que estudiaba Soros, la cual asumía frecuentemente la existencia de un conocimiento perfecto para que pudieran darse las condiciones de equilibrio. Esta contradicción supuso el germen de la teoría de la reflexividad, el marco conceptual que guiaría y obsesionaría a George Soros durante toda su carrera.
Los mercados financieros, además de para amasar una de las mayores fortunas del mundo, le sirvieron a Soros como un laboratorio ideal en el que probar sus ideas. La teoría de la reflexividad le otorgó la ventaja de ver la realidad con unos ojos diferentes. En el momento de anunciar su retirada para dedicarse a tiempo completo a la filosofía y a la filantropía, su fondo, el Quantum Fund, uno de los hedge funds más rentables de la historia, había estado produciendo retornos anuales netos superiores al 20% por más de 40 años, con un intraperiodo de 30 años produciendo retornos superiores al 30%. Es muy destacable además conseguir esos resultados con una caída máxima que nunca superó el 23%. Su operación más célebre en los mercados se produjo en 1992 cuando ganó más de mil millones de dólares apostando contra la libra esterlina, forzando su salida del Mecanismo Europeo de Cambio, lo que popularmente se conoció como la “quiebra del Banco de Inglaterra”.
Desde el año 1984 hasta hoy, Soros ha donado unos 32.000 millones de su fortuna a esfuerzos filantrópicos. Su fundación, The Open Society Foundation, nombrada en honor a la célebre obra de Popper “The Open Society and Its Enemies”, se dedica a hacer avanzar la libertad de expresión, la transparencia, la rendición de cuentas del gobierno y sociedades que promueven la justicia y la igualdad por todo el mundo.
Su origen judío, su crítica a los maximalistas del mercado—aquellos que piensan que los mercados no deben ser en absoluto regulados porque sólo así son capaces de asignar eficientemente los recursos—y su apoyo a causas liberales y progresistas le ha hecho ganarse la enemistad de la derecha más extrema en todo el mundo, quienes han tratado de rodear su figura de sombra y teorías de la conspiración.
Teoría de la Reflexividad
Antes de entrar en disquisiciones más filosóficas, dejadme que os presente la teoría de la reflexividad aplicada a los mercados financieros, que es probablemente la forma más sencilla de entenderla.
Reflexividad en los mercados financieros
Según la teoría económica, los precios de los activos deberían reflejar pasivamente sus fundamentales, es decir, su capacidad de generar flujos de caja a futuro, y converger hacia un punto de equilibrio, que permite asignar los recursos de forma óptima.
Lo que Soros nos viene a decir con su teoría es que, en realidad, los precios juegan un rol activo y son capaces de influir también en los fundamentales, los que, de nuevo, volverán a influir en los precios, creando así entre ambos un bucle de retroalimentación.
La mayor parte de las veces esta retroalimentación será negativa, con lo cual el mercado tiende hacia el equilibrio (uno de los varios posibles, por cierto). Sin embargo, cuando esta retroalimentación es positiva, se produce una burbuja, que inevitablemente viene seguida de su pinchazo. Un ciclo boom/bust en toda regla.
Según Soros, a diferencia de lo que afirma la ortodoxia financiera, los mercados nunca reflejan la realidad, siempre están equivocados, sesgados al alza o a la baja, pero a veces consiguen moldearla para parecer que sí lo hacen.
“Markets can, and will, influence the events that they anticipate”
Soros tira por tierra con su teoría—y sobre todo, con su puesta en práctica—algunas de las hipótesis fundamentales de la teoría económica y financiera como las de las expectativas racionales y la de eficiencia del mercado. Su crítica va aún más allá cuando nos advierte de que numerosas decisiones de índole política se toman en el mundo en base a estas teorías erróneas.
Veamos ahora algunos ejemplos relacionados con los mercados.
Pensemos en Tesla. Sus inversores piensan que puede llegar a ser el mayor fabricante de coches eléctricos del mundo, aunque sus fundamentales aún no lo reflejan. Sin embargo, cotizar a un precio tan alto en bolsa le está permitiendo financiarse muy barato, lo que está a su vez ayudando a la compañía a mejorar sus fundamentales—a producir y vender más—, lo que, a su vez, está contribuyendo a seguir aumentando el precio.
Pensemos ahora en el mundo del crédito. Para compensar las posibles pérdidas, los prestamistas piden un tipo de interés más alto a aquellos prestatarios que consideran que tienen más riesgo de impago, incrementando así de facto la probabilidad de que efectivamente impaguen el crédito.
En el mercado inmobiliario, los precios de los inmuebles están muy relacionados con la disponibilidad de crédito barato. A más crédito barato, más suben los precios, lo cual a su vez fomenta que se conceda más crédito barato.
Es en casos como estos cuando la reflexividad da lugar a la formación de burbujas. No obstante, siempre llega un momento en el que las expectativas se han alejado tanto de la realidad que cualquier pequeño evento exógeno o endógeno puede desencadenar la reversión del movimiento (el pinchazo de la burbuja), algo que suele además producirse de forma mucho más violenta que su formación.
Reflexividad en la historia
Pero no pensemos que la reflexividad es únicamente una cuestión de mercados financieros. Algunos de los momentos más cruciales de la historia como las revoluciones son el equivalente a las burbujas de los mercados.
Las “falacias fértiles”, como así las denomina Soros, son momentos en los que, dado el caldo de cultivo apropiado, una visión distorsionada de la realidad contribuye a distorsionarla aún más hasta que se pierde por completo el control de la situación.
De hecho, no hace falta irse a los extremos. En el fondo, cualquier teoría social (eg el marxismo o el maximalismo del mercado) contribuye a cambiar nuestra forma de ver el mundo y, por lo tanto, de actuar.
¿Se ve, no? Bueno, pues vamos a meternos en harina filosófica.
Filosofía y reflexividad
La reflexividad aparece en aquellas situaciones en las que hay unos participantes que piensan y que tratan de comprender una realidad para manipularla en su beneficio. Vamos, en casi cualquier fenómeno social.
Es un marco conceptual que explica la relación circular entre pensamiento y realidad. En estas situaciones, el pensamiento de los participantes refleja y afecta la situación en la que participan.
Aunque por razones completamente distintas, la teoría de la reflexividad recuerda en cierta manera al principio de incertidumbre de Heisenberg, que dice que la observación de la realidad produce una interferencia en su medición, algo que mencionamos cuando hablamos de computación cuántica. No es casualidad que el fondo de Soros se llame el Quantum Fund.
La idea central de la reflexividad se puede descomponer en dos proposiciones:
Nuestra visión del mundo es siempre parcial y distorsionada (falibilidad)
Esta visión distorsionada de la realidad influye en la propia realidad, ya que una visión falsa lleva a acciones inapropiadas (reflexividad)
En otras palabras, estamos intentando entender una realidad que ya de por sí nos es imposible de comprender por nuestras propias limitaciones cognitivas, que se verá afectada tanto por nuestras propias acciones como por las de otros, y sobre la que todos los participantes actúan basándose en modelos de toma de decisiones que son necesariamente incorrectos, lo que provocará que sus acciones tengan consecuencias inesperadas. Por supuesto esto contribuirá a su vez a hacer aún más incomprensible la realidad.
La reflexividad introduce incertidumbre tanto en nuestra comprensión de la realidad como en el propio curso de los eventos.
La consecuencia de todo lo anterior es que, en situaciones así, no podemos tomar decisiones basadas en conocimiento. La reflexividad es uno de los motivos por los que no se pueden formular leyes universalmente aplicables con capacidad predictiva y explicativa en ciencias sociales, a diferencia de lo que hacemos en ciencias naturales. En la práctica, a lo que esto nos debe invitar es hacia la acción más que hacia la reflexión. A desarrollar una tesis, probarla, corregirla o redoblar nuestra apuesta en función de lo que observemos cuando la enfrentemos a la realidad.
¿Qué quiere decir que no podemos actuar en base al conocimiento?
Considera por un momento la diferencia entre las proposiciones “está lloviendo” y “vivimos un momento revolucionario”. Mientras que la veracidad de la primera proposición es completamente independiente de lo que yo piense (al igual que ocurre con cualquier evento natural), no ocurre lo mismo con la segunda. El que yo piense que vivimos un momento revolucionario me puede llevar a mi y otros a realizar acciones que hagan real esa proposición.
Según la teoría de la verdad como correspondencia, una proposición es verdadera o falsa según ésta refleje la realidad. Para poder establecer si una proposición es verdadera o no, tiene que haber una independencia entre la proposición y la realidad a la que la proposición se refiere. En el caso de “hoy llueve” no hay problema. Pero en el caso de “vivimos un momento revolucionario, como hemos visto, hay una interdependencia entre proposición y realidad que invalida que podamos decir si la proposición es verdadera. Esta es la razón de que en estas situaciones no sea posible derivar conocimiento.
La reflexividad le sirve a Soros para criticar dos grandes corrientes filosóficas.
Por un lado, la Ilustración, que se desarrolló pocos años después de la Revolución Científica, cometió el error de intentar aplicar el método científico a las ciencias sociales, deslumbrada por los increíbles avances alcanzados por la Física. Pensó que los asuntos humanos serían perfectamente comprensibles por nuestra razón e independientes de sus tribulaciones.
Por otro lado, el posterior postmodernismo—corriente que a día de hoy nos inunda—peca justo de lo contrario: consciente de que la realidad es parcialmente moldeable por los pensamientos, se ha olvidado por completo de ella. El relato o la narrativa es lo único que importa.
La verdad según la teoría de Soros estaría, como hemos visto, en la posición intermedia: realidad y pensamiento se influyen mutuamente y no se pueden entender de forma independiente.
Otra derivada importante de la teoría de la reflexividad es que cualquier constructo humano (concepto, ideología, institución, política, plan de negocio, etc.) es inevitablemente defectuoso, aunque puede que sus defectos sólo se revelen una vez que se pone en existencia. Si alguien está convencido de que sus ideas son las correctas, está, casi con toda seguridad, equivocado.
Soros, el gestor “orgánico”
¿En qué te puedes basar cuando actúas en un campo en el que, según tu propia teoría, no se puede operar en base a conocimiento?
La descripción que el propio Soros hace de su estilo de gestión de The Alchemy of Finance me ha parecido fascinante. En parte porque, salvando las abismales diferencias entre su carrera y la mía, identifico en mi forma de operar muchas similitudes con la suya.
Sobre el skin in the game, instintos y marcos de referencia:
Como gestor estaba comprometido emocionalmente con mi fondo. Lo gestionaba como si mi existencia dependiese de ello, como así de hecho lo hacía. Confié en mis instintos y en mi intuición así como en mi marco conceptual para guiarme a través de la incertidumbre.
Soros afirma ser un generalista y un individualista. Nunca estudió análisis financiero, pero mostró unos intereses mucho más amplios que otros. No trabajaba en equipo. Su ventaja competitiva no venía de jugar mejor que otros según unas reglas establecidas, sino de entender cuándo cambiaban las reglas del juego.
Cuando veo que se forma una burbuja, me apresuro a comprar, echando gasolina al fuego.
El saber que, en su ámbito, tomar decisiones basadas en conocimiento era imposible, le dio un gran sesgo hacia la acción y la velocidad.
Me tuve que familiarizar con sectores o países de la noche a la mañana. Decía, medio en broma medio en serio, que me llevaba 48 horas convertirme en un experto en cualquier tema. Si dedicaba más tiempo a un asunto mi juicio se veía enturbiado por los hechos. Sólo estaba interesado en la información que fuese suficiente para tomar una decisión.
Desarrollé la práctica de “invertir primero y analizar después”. Me funcionó bien porque, si una idea me resultaba atractiva de primeras, era muy probable que surtiese el mismo efecto sobre otros. Si más tarde, analizando la idea más profundamente, me daba cuenta de que era errónea, siempre podría cerrar mi posición con un pequeño beneficio en caso de no ser el último en haberla oído. En caso de estar en lo cierto, estaba mejor posicionado que los demás para aumentar mi posición porque había comprado ya a un precio menor.
El fondo, su gemelo siamés.
La incertidumbre existencial, la conexión con mi propia fortuna y el enorme riesgo me hicieron tratar al fondo como a un organismo vivo que estaba pegado a mi como un hermano siamés. No es una figura retórica, yo lo sentía verdaderamente así. El fondo me estaba drenando la energía y alimentando a la vez.
Del mismo modo, yo conferí al fondo atributos de un organismo vivo. La manera en que un organismo vivo actúa difiere sustancialmente de lo que la teoría de la racionalidad sugiere. Las emociones toman precedencia a la razón por la presión del tiempo.
Para poder tomar decisiones en base a sus emociones, sus emociones tenían que reflejar únicamente las del mercado. Sustituyó la racionalidad por la empatía.
Me di cuenta que es imposible librarse de las emociones. Sin embargo, es importante mantener un estado emocional tan estable como sea posible para tener una plataforma sólida desde la que poder evaluar cambios en el mundo exterior. Si la plataforma responde a emociones distintas a las del mercado, se hace difícil observar los cambios en el mercado. La tarea es más sencilla si el participante se mueve por las mismas emociones. Hay que reconocer que este proceso no tiene mucho que ver con el pensamiento racional. Se describe mejor por medio de la empatía.
La reflexividad en otros ámbitos
Dejando al margen la carrera como gestor de Soros, como os decía, una vez que conoces el concepto de reflexividad, comienzas a verlo en muchos otros ámbitos. Os dejo algunos ejemplos de cosas que se me han ido ocurriendo:
Por supuesto, en primero lugar donde veo la reflexividad campando a sus anchas es en el mundo del venture capital. Dice la creencia popular que hay más startups muertas de empacho que de hambre. Yo, sinceramente, cada vez tengo más dudas. Cuando Andreessen-Horowitz invierte $100M en Clubhouse a una valoración de $1B está influyendo en los fundamentales de la compañía a varios niveles. Por un lado, por supuesto, les está dando capital para poder pagar los mejores salarios y hacer las campañas de publicidad más caras. Por otro lado, está generando una ola de PR que atrae a usuarios, talento e inversores y detrae a potenciales competidores. Además, están poniendo un suelo al precio futuras rondas y eventos de liquidez. ¿Significa esto que el capital por sí sólo puede crear ganadores? No del todo. Creo que significa que cuando el capital se junta con unos buenos fundamentales puede desencadenar una ola reflexiva que es imparable. Es la estrategia que Softbank puso en marcha de forma pionera y que, a pesar de las críticas iniciales, tan bien les está funcionando.
¿Conocéis el efecto pigmalión? Me parece imprescindible si sois padres, educadores o si gestionáis personas. Este efecto básicamente nos dice que una persona converge a las expectativas que tenemos sobre ella. Reflexividad pura y dura.
Un primo del efecto pigmalión pero a nivel individual es la mentalidad de crecimiento. Nunca podrás mejorar y desarrollarte si crees que atributos como la inteligencia vienen dados desde el momento de tu nacimiento (mentalidad fija) y a la inversa (mentalidad de crecimiento).
Desde luego, creo que existe alguna conexión entre la reflexividad y el mecanismo de conexión preferencial (“el éxito llama al éxito”), que da origen a las leyes de potencias o power laws. Lo mismo ocurre me con la teoría mimética de Girard, que afirma que “las personas no tienen ideas sino que las ideas tienen personas”. Lo cierto es que necesito reflexionar todavía un poco más sobre ello.
¿Entendéis ahora el auge del Bitcoin? ¿Y de los “meme stocks”?
¿En qué otros ámbitos veis vosotros presencia de reflexividad? Continuemos la conversación en twitter.
Buena semana,
Samuel
Para profundizar:
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#82 George Soros y la reflexividad
En un canal de YT que nada tiene que ver con esto (Garaje hermético) el conductor, hablando de curvas, cita a su padre con una frase deliciosa que, creo, está emparentada un poco con este artículo tan bueno: «a donde miras es donde terminas yendo».
Muy buen artículo, Samuel. Interesantísimo.