#255 Personalidad y ejercicio, Smartphones y adolescencia, World Models y AGI
De cómo entrenamos el cuerpo, protegemos la infancia y enseñamos a pensar a las máquinas
Hola, soy Samuel Gil.
Esto es Suma Positiva, una publicación semanal leída por más de 30.000 personas donde la salud y el rendimiento se cruzan con los negocios y las inversiones.
Esta edición de Suma Positiva ha sido patrocinada por:
Hola, soy Maxi y hago jamón.
Hace tiempo le dejé reservado este espacio a Samuel para tener un sitio donde poner a la venta algunos jamones aprovechando, pero no ha hecho falta porque hace ya dos semanas que colgamos el cartel de no hay billetes; en este caso, billetes sí hay, lo que no hay es jamón.
Así que, como no tengo nada que venderte, solo puedo decirte que disfrutes de estos días. Si es en familia, mucho mejor. Discute con tu cuñado, quiere mucho a los tuyos, abraza apretao y, aprovecha para pasarte un poco con el turrón y los polvorones que ya habrá tiempo de afinar en enero.
Personalidad y ejercicio, Smartphones y adolescencia, World Models y AGI
«Los hombres más espirituales, como los más fuertes, encuentran su felicidad allí donde otros encontrarían su destrucción: en el laberinto, en la dureza contra sí mismos y contra los demás, en los experimentos. Su alegría es la autoconquista… Las tareas difíciles son para ellos un privilegio; jugar con cargas que aplastan a otros es una recreación».
— Friedrich Nietzsche
Salud y Fitness
Dime cómo es tu personalidad y te diré qué ejercicio te gusta más
¿Te has preguntado por qué a algunas personas les gusta más el ejercicio de alta intensidad mientras que otras disfrutan más de esfuerzos más suaves pero más prolongados? Según este paper, existe una relación entre nuestra personalidad y el tipo de ejercicio que preferimos.
Algunos hallazgos interesantes:
Las personas con alta extroversión tienden a preferir y disfrutar la alta intensidad. Les gustan los esfuerzos cortos y duros, el HIIT, los test máximos, los entrenamientos que “estimulan”. Biológicamente tienen un nivel basal de activación más bajo y buscan intensidad para sentirse bien. No solo lo disfrutan más: suelen rendir mejor en esos contextos.
Las personas con alto neuroticismo1 (las que tienden a estresarse fácilmente o a sentir ansiedad) tienden a preferir la baja intensidad. Disfrutan menos de esfuerzos largos y sostenidos a alta carga, especialmente si hay presión externa, supervisión o sensación de evaluación. La baja intensidad, el ritmo cómodo, el entrenamiento en solitario o poco observado les resulta más tolerable y sostenible y además les ayuda a gestionar el estrés. Ojo: no es que no puedan hacer alta intensidad, es que no la disfrutan tanto.
Como era de esperar, las personas con alta responsabilidad (“cumplidoras”) no muestran una preferencia clara por intensidad alta o baja. Entrenan porque “toca”, por salud o por coherencia con sus objetivos. Son constantes, entrenan más horas a la semana, pero el disfrute no depende tanto de la intensidad como del propósito.
En resumen, si lo reducimos a una regla práctica:
Alta intensidad: extrovertidos
Baja intensidad: neuroticismo alto, agradables
Indiferentes a la intensidad: responsables
La implicación es potente: cuando alguien “no conecta” con un tipo de entrenamiento, no es falta de disciplina. Muy a menudo es simplemente un mal encaje entre personalidad e intensidad.
Y ese encaje, a largo plazo, lo es todo.
Sociedad
Los móviles son el tabaco de nuestra era
Esta gráfica da auténtico miedo:
Cada vez leemos menos libros. Yo el primero. Como señala Tyler Cowen en su última columna, nuestra cultura se transmite cada vez más a través de podcasts, YouTube y TikTok, y cada vez menos a través de los libros. Es un cambio profundo, y es difícil pensar que no tenga consecuencias.
La cultura oral, a diferencia de la escrita, es más fluida, más difícil de evaluar y verificar, más propensa al rumor y con menos filtros. Eso tiene ventajas: un buen monologuista provoca más risas que un autor ingenioso, y una explicación visual en YouTube puede fijarse mejor en la memoria que un texto denso. Además, hablar y escuchar nos resulta natural: es una forma de comunicación mucho más antigua que leer y escribir y cumple una función social clave. Pero, en términos generales, la cultura oral dificulta mantener la objetividad y el pensamiento analítico.
Desde hace tiempo, la cultura impresa está en retroceso. La radio y el cine se popularizaron en los años 20, la televisión en los 50, y todos ellos captaron —y siguen captando— la atención de miles de millones de personas. Ya en el siglo XX surgió la pregunta de si las ideas debían venir de los libros o de los nuevos medios. No siempre fue un cambio positivo: los discursos radiofónicos de Hitler convencieron a más personas que su ilegible Mein Kampf.
Que los libros y la lectura sigan siendo importantes demuestra lo poderosa que ha sido la cultura impresa. Pocas instituciones han estado en declive durante más de un siglo y aun así conservan tanta influencia.
La lectura optimista es que llevamos mucho tiempo reduciendo la lectura profunda y, aun así, la civilización ha sabido adaptarse. A lo largo de la historia siempre ha habido equilibrios cambiantes entre cultura oral y escrita, y probablemente podamos ajustarnos de nuevo, como ocurrió con la llegada de la televisión.
La visión pesimista es que la cultura de la lectura ya estaba al límite y que las nuevas tecnologías van a romper definitivamente ese frágil equilibrio. Las nuevas generaciones crecerán sin capacidad para leer obras largas o complejas, consumirán versiones audiovisuales en lugar de libros, perderán objetividad analítica y absorberán lo más volátil de la cultura digital. A cambio, serán muy rápidas consumiendo fragmentos breves de información —y desinformación— en grandes cantidades.
Las pantallas están acabando no solo con la lectura (y con la salud mental de muchos), sino con todo tipo de hobbies: actividades que requerían tiempo, atención y cierta destreza están siendo absorbidas por la gratificación instantánea y facilona del scroll infinito.
La era del smartphone ha sido un evento de extinción masiva para los hobbies. Muchas aficiones han desaparecido —o están en proceso de desaparecer— absorbidas por el resplandeciente horizonte de sucesos de la pantalla.
Sin embargo, no todo está perdido. Pese a la resistencia inicial, en todos los experimentos que se han puesto en marcha ocurre lo mismo: los adolescentes acaban agradeciendo que se les limite el acceso al móvil. Al cabo de poco tiempo, recuperan el gusto por hacer otras cosas, como muestra este artículo reciente.
Desde septiembre de 2025, el estado de Nueva York prohibió que los estudiantes usen teléfonos móviles durante toda la jornada escolar, una medida impulsada por la gobernadora Kathy Hochul para reducir distracciones y mejorar el aprendizaje.
Después de unas semanas, los profesores comenzaron a notar un efecto inesperado: los estudiantes empezaron a hablar entre sí más, como si hubieran dejado de lado el aislamiento digital. Las cafeterías estaban más animadas, los pasillos tenian más conversación y se formaron grupos en torno a “actividades analógicas”: los alumnos retomaron juegos de mesa, cartas, dominó, deportes o incluso tecnología vintage como reproductores de CD o Game Boys.
Esto se ha traducido en nuevas amistades y en un mejor ambiente escolar.
Es la cruzada que Jonathan Haidt —el psicólogo social autor del fascinante La Mente de los Justos— viene librando en los últimos años:
La crisis de ansiedad y depresión en adolescentes no es casual ni inevitable.
Coincide en el tiempo con un cambio profundo: el paso de una infancia basada en el juego, la exploración y la interacción física a una infancia mediada por smartphones, redes sociales y pantallas omnipresentes.
A partir de 2010, cuando el smartphone se convierte en objeto cotidiano en manos de niños y adolescentes, los indicadores de salud mental se deterioran de forma abrupta. Menos sueño, menos contacto cara a cara, más comparación social constante y una atención fragmentada.
Haidt subraya una paradoja incómoda. Mientras los padres han aumentado la protección en el mundo físico —menos autonomía, menos riesgo, menos juego libre—, han dejado a los niños prácticamente solos en el mundo digital, un entorno diseñado para capturar atención y explotar vulnerabilidades psicológicas.
Su propuesta no es nostálgica, sino práctica: retrasar el acceso al smartphone, escuelas sin móviles, límites claros a las redes sociales y recuperar espacios de juego y autonomía real. No para volver atrás, sino para corregir un experimento cultural que estamos realizando sin grupo de control.
Por todo lo anterior me atraen tanto propuestas como la de la startup barcelonesa Balance Phone: un smartphone con todo lo útil y nada de lo adictivo. Es, sin duda, el móvil que compraré a mis hijas cuando tengan edad. Y, cada vez más a menudo, el que me planteo comprarme yo. (NO tengo ninguna afiliación con ellos).
Inteligencia Artificial
World Models: ¿paso necesario hacia AGI?
El siguiente buzzword en inteligencia artificial son los World Models.
Es increíble lo mucho que se ha avanzado gracias a los grandes modelos de lenguaje, pero casi todos los expertos coinciden en que no se podrá construir inteligencia general con modelos que se nutren sólo de texto.
Yann LeCun explica que los grandes modelos de lenguaje se entrenan con unos 30 billones (trillions) de palabras, lo que equivale prácticamente a todo el texto público de internet. Un ser humano tardaría más de 500.000 años en leer esa cantidad.
Sin embargo, un niño de cuatro años ha recibido una cantidad comparable de información visual en sus primeros años de vida. Esto muestra hasta qué punto la experiencia del mundo real es mucho más rica y compleja que la lectura de texto.
Entrenar con la web es enorme, pero aun así no se acerca ni de lejos a todo lo que aprende un niño simplemente viviendo.
Todos estamos en mayor o menor medida familiarizados con las limitaciones del lenguaje, como tan bien expresó Paul Graham hace poco en X:
Algo que le dije a mi hijo de 13 años: muchas —si no la mayoría— de las discusiones filosóficas son producto de intentar usar el lenguaje natural con un nivel de precisión mayor del que realmente soporta.
Pero volvamos al tema de los world models, que me desvío.
Los LLM actuales aprenden prediciendo cuál será el siguiente token. Ese objetivo funciona de maravilla cuando la tarea puede reducirse a la manipulación de símbolos y secuencias discretas. Las matemáticas, la resolución de problemas de física sobre el papel o la programación encajan bien en este esquema, porque el éxito depende en gran medida de encontrar y combinar las secuencias adecuadas de símbolos, ecuaciones o tokens de código. Con suficiente escala y datos, estos modelos se vuelven extremadamente buenos en ese tipo de predicción estructurada.
Pero la inteligencia real es otra cosa. El mundo físico es continuo, ruidoso, incierto y de alta dimensionalidad. Para desenvolverse en él, un sistema necesita modelos internos que representen objetos, dinámicas, relaciones causales, las limitaciones del propio cuerpo y las consecuencias de las acciones a lo largo del tiempo. Los humanos y los animales construimos representaciones abstractas a partir de flujos sensoriales ricos y luego razonamos y predecimos en ese espacio abstracto. Por eso un niño puede adquirir una física intuitiva, planificar acciones de varios pasos y adaptarse con rapidez a situaciones nuevas con muy pocos datos.
De ahí viene su idea de la saturación del paradigma actual.
Seguir escalando la predicción de tokens mejora cada vez más tareas de manipulación simbólica como las matemáticas o la programación, pero se topa con límites claros en razonamiento y sentido común. El texto, por sí solo, no aporta las señales de aprendizaje necesarias para construir modelos del mundo. Predecir la siguiente palabra no enseña de forma eficiente conceptos como fuerzas de contacto, affordances2, oclusión, fricción o cómo las acciones modifican el estado del entorno.
Para avanzar, sostiene LeCun, hacen falta arquitecturas capaces de aprender abstracciones a partir de datos sensoriales, predecir futuros en espacios latentes abstractos y utilizar esas predicciones para planificar acciones orientadas a objetivos, con salvaguardas incorporadas.
Exactamente en la misma línea ha ido Demis Hasabis, fundador de DeepMind y premio Nobel, en su última entrevista sobre el futuro de la inteligencia artificial.
Al igual que LeCun, sostiene que la AGI no llegará a base de escalar modelos con la arquitectura actual. El tamaño importa™️, pero no es suficiente.
Su tesis es: el camino hacia AGI será 50% escalado y 50% innovación.
Hoy la IA vive una paradoja que Hassabis llama “inteligencia irregular”. Puede rendir a nivel de medalla de oro en un campo y, al mismo tiempo, fallar estrepitosamente en otro. El problema no es tanto la falta de inteligencia, sino la falta de fiabilidad. Los modelos no saben cuándo no saben. Muchas alucinaciones ocurren porque el sistema está diseñado para responder siempre, en lugar de poder decir “no estoy seguro”. Para avanzar hacia la AGI, una pieza que falta es algo parecido al pensamiento de Sistema 2: modelos que planifiquen, razonen y verifiquen antes de responder, en vez de limitarse a predecir la siguiente palabra. No se trata solo de respuestas más rápidas, sino de respuestas más consistentes.
En cualquier caso, como decíamos, el lenguaje, por sí solo, no basta. Aunque los modelos han aprendido mucho leyendo texto, entender el mundo requiere experiencia. De ahí la importancia de los world models: sistemas que entiendan física, espacio, causalidad y acción.
La simulación podría ser clave para desbloquear el siguiente hito: Si una IA pudiera generar un mundo realista y coherente, probablemente es que entiende sus reglas. Introducir agentes en esos mundos y dejar que la curiosidad guíe su aprendizaje permitiría generar datos infinitos, creados sobre la marcha. Así es como la IA podría aprender de forma más parecida a los humanos: exploración primero, comprensión después, generalización al final.
Todo esto conecta con una pregunta más profunda: ¿es el universo computable? Hasta ahora, no hemos encontrado nada claramente no computable: ni el pliegue de proteínas, ni el juego del Go, ni siquiera los sistemas biológicos complejos. La consciencia podría ser el siguiente gran test. Si resulta que también fuese computable, las máquinas podrían replicar nuestra creatividad, emoción o sueños. Si no lo fuese, la AGI nos mostrará dónde está el límite y lo que nos hace únicos.
Si el universo funciona enteramente con información, la inteligencia (artificial) puede ser la mejor herramienta para entenderlo.
Gracias por leer Suma Positiva.
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El neuroticismo es un rasgo de personalidad que describe la tendencia a experimentar emociones negativas (ira, ansiedad, tristeza, inseguridad) con mayor frecuencia e intensidad, reaccionando de forma exagerada al estrés y a situaciones cotidianas, interpretándolas como amenazantes y abrumadoras, lo que afecta el bienestar psicológico y la estabilidad emocional, a diferencia de la estabilidad emocional, que es su polo opuesto.
Las affordances son las oportunidades de acción que un objeto o entorno ofrece a un usuario, sugiriendo de forma intuitiva cómo interactuar con él (como un botón que sugiere ser presionado o una ranura que invita a insertar algo). El término, popularizado por Don Norman en diseño, se refiere a las señales perceptibles (forma, textura) que nos dicen qué podemos hacer, no es una propiedad física del objeto, sino la relación percibida entre el objeto y nuestras capacidades. Son cruciales en UX/UI para crear interfaces intuitivas, donde un buen diseño “comunica” su uso sin necesidad de instrucciones.





Muy interesante la newsletter, como siempre, Samuel. Muchas gracias por el esfuerzo semanal y la consistencia. En relación a los nuevos modelos de IA, me parece interesante compartir esta serie de vídeos, largos, trabajados, humanos, llamada Tacits, por parte de Stripe Press, y en concreto, este sobre el olor, algo tan intangible pero a la vez, nuestra memoria más primaria, por parte de un diseñador de perfumes y su nuevo proyecto con IA:
https://x.com/_tamarawinter/status/2001725441368035349?s=61&t=M8HTHdjJVhqm7S8jsqqhag
Y, como hay que leer, es fundamental, recomiendo este libro, que me leí hace décadas y me encanto: El Perfume de Patrick Süskind.
Gracias de nuevo y felices fiestas a toda la comunidad. J.